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#OPINIÓN // ¿Y el movimiento estudiantil?

Jacques Coste

Esta semana, Genaro Lozano publicó un texto muy pertinente en el periódico Reforma, con el título “#YoSoy132, a 10 años”. En la columna, Lozano se pregunta qué ocurrió con el movimiento #YoSoy132 una década después de su irrupción en la escena pública nacional y cuestiona por qué no ha surgido otro movimiento estudiantil de carácter nacional desde entonces.

Por supuesto, han surgido movilizaciones estudiantiles en distintas partes del país después de 2012. Incluso, ha habido huelgas o protestas en universidades públicas estatales. También ha habido paros en la UAM y hasta en la UNAM. Asimismo, se han gestado manifestaciones estudiantiles de distinto tipo en universidades públicas y privadas por asuntos como la violencia de género, el acoso sexual o la falta de atención a la salud mental de los alumnos. No obstante, ninguna de estas movilizaciones ha derivado en el surgimiento de un movimiento estudiantil nacional.

De la misma manera, recientemente, las comunidades estudiantiles del CIDE, la UDLAP y la UdeG lanzaron protestas muy importantes que trascendieron sus instituciones y resonaron en todo el país. Sin embargo, sus alcances, aunque profundos, fueron limitados.

Dicho de otro modo: bastantes alumnos de otras universidades se unieron a estas movilizaciones, las protestas se mediatizaron y ocuparon espacios importantes en la discusión pública, sectores específicos de la sociedad civil se solidarizaron con las causas, y las exigencias a las autoridades fueron más allá de las afectaciones directas al CIDE, la UDLAP y la UdeG; pero aun así no se consolidó un movimiento estudiantil, articulado y cohesionado, que escapara a lo coyuntural y adquiriera carácter nacional. ¿Qué tiene que pasar para que esto ocurra? Esa es la pregunta que subyace en el texto de Lozano.

Lozano cierra la columna con otra interrogante: “¿Tendremos un 132 en 2024 o el liderazgo de AMLO inocula la indignación social?”. Yo agregaría tres más: ¿por qué el movimiento #YoSoy132 fue tan efímero y coyuntural?, ¿por qué no permaneció articulado durante el sexenio de Enrique Peña Nieto?, y ¿por qué desde entonces no ha cuajado otro movimiento estudiantil nacional?

Una novela que leí recientemente me ayudó a reflexionar en torno a estas preguntas. Me refiero a Radicales libres, de Rosa Beltrán. No arruinaré la trama del libro, que es excelente. Recomiendo su lectura ampliamente, pero viene a cuento en este momento porque la protagonista narra su niñez y adolescencia en los años sesenta y setenta.

La protagonista observa a sus primas y primos mayores que participaron en el movimiento estudiantil del 68. Narra sus reuniones, en las que, además de divertirse, emborracharse y fumar marihuana, los jóvenes hablaban de política, de ideales, de causas y de acción colectiva. También cuenta cómo sus primas mayores la llevan a desayunar y la inducen, poco a poco, al movimiento feminista. En suma, a grandes rasgos, la autora dibuja a una juventud politizada, idealista, inquieta y combativa, en un ambiente social efervescente.

Yo veo una juventud muy distinta el día de hoy: ni mejor ni peor; simplemente diferente. En primer lugar, observo a muchos jóvenes decepcionados de la política y, por lo mismo, poco participativos. Creo que, en buena parte de los jóvenes, impera un sentimiento de “todos los políticos son la misma porquería”, o bien de simple y llano desinterés en los temas políticos.

Esto no quiere decir que los jóvenes de hoy no defiendan causas. Por supuesto que lo hacen, pero dentro de organizaciones no gubernamentales, colectivos sociales u otro tipo de asociaciones. Además, la cantidad de causas que se defienden hoy en día dificulta la articulación de un solo gran movimiento estudiantil: género, medio ambiente, derechos sexuales y reproductivos, no discriminación, entre muchos otros. Y dentro de cada una de ellas hay un sinfín de agendas.

Además, vivimos en la era de la inmediatez y el activismo digital. Esto produce un doble efecto. Por un lado, pasamos de indignarnos de un tema al siguiente en cuestión de horas, o a lo mucho, días. Por otro lado, basta con tuitear nuestro mensaje de inconformidad respecto a un asunto para manifestar nuestro descontento, por lo que las movilizaciones sociales en la calle o en la plaza pública son poco frecuentes.   

Otro elemento importante es la pérdida de vínculos colectivos que se ha experimentado en todo el mundo a raíz del individualismo incentivado por las economías de mercado. México no es la excepción. Las asociaciones estudiantiles, los sindicatos y otros modos de organización social son hoy menos frecuentes y menos fuertes de lo que eran en los años setenta del siglo pasado.

Finalmente, la democratización del sistema político mexicano abrió distintos canales de participación para los jóvenes, inimaginables hasta hace algunas décadas, empezando por la oportunidad de votar en elecciones libres y justas, y el derecho a manifestarse libremente. En ese sentido, tengo la impresión de que el voto y la posibilidad de protestar libremente desahogan parte del apetito de cambio que conservan muchos jóvenes.

Por estos motivos, no veo las condiciones sociales para el surgimiento de un gran movimiento estudiantil nacional en el corto plazo. Sin embargo, eso no quiere decir que la indignación social no exista o que la juventud peque de apatía. Tan sólo significa que los jóvenes de hoy encuentran otros canales para participar en política o impulsar las causas que defienden.

Las opiniones emitidas por los colaboradores de Metapolítica son responsabilidad de quien las escribe y no representan una posición editorial de este medio.

Jacques Coste, consultor político, ensayista e historiador. Twitter: @jacquescoste94

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