En una pequeña ciudad situada al noreste de Alemania (Demmin) se encuentra el Museo Regional donde podemos encontrar documentos en días difíciles para todos los alemanes en un abril penoso como una llaga.Durante los últimos meses de la Guerra Mundial y no pudiendo avizorarse la prometida victoria de Hitler manteniendo el Ejército Rojo una posición acechante unos 1000 habitantes de la ciudad de Demmin llegaron a un grado de fanatismo muy grave , prefiriendo la muerte antes de vivir en un lugar donde el nazismo no fuera la primer y única fuerza capaz de gobernar.
Demmin tenía por entonces unos 15.000 habitantes y el suicidio en masa que se llevó tanta gente enceguecida fue el mayor en la historia de Alemania. Quizás parece poco explicable ese estado de histeria colectiva posiblemente imbuido de grave temor con raíz en una ideología tan genocida como aterradoramente existente pero hubieron quienes prefirieron morir en nombre de sus convicciones, aunque no gocen del beneplácito de casi nadie.
Una niña pequeña, Barbel Shreiner casi fue víctima de la ola irracional que llevó al suicidio de tantos, pero pudo salir ilesa gracias a su hermano que logró convencer a su madre de preservarlos del espanto frente a un río donde navegaban cientos de cadáveres. La ahora mujer de 76 años relata un agua como de sangre y ellos allí, al borde de ser lanzados al torrente mortal si su madre no hubiera escuchado a su hermano que imploró por sus vidas.
Entre Enero y Mayo de 1945 los suicidios abundaron en Alemania, no se conocen cifras exactas pero los investigadores hablan entre 10.000 y 100.000 personas que consideraron esa opción tan fuertemente como un mandato.
Las personas adultas se mataban y también quitaban la vida de sus hijos.
El ministro de Propaganda y canciller en los momentos de la caída del III Reich, Joseph Goebbels acompañado de su mujer mataron a sus seis hijos envenenados.
El próximo 30 de abril se cumplirán 70 años de la muerte de Hitler, también de los suicidios de Goebbels y del jefe de las SS, Heinrich Himmler.
Pero la cantidad de gente anónima que siguió a sus líderes en una oleada de suicidios había pasado desapercibida por años. A raíz de esos desconocidos que tomaron decisiones drásticas el historiador Florián Huber escribió el exitoso libro “Hijo, prométeme que te vas a disparar”.
El autor afirma que a pesar de sus vastos estudios de historia nunca había escuchado hablar de una tragedia tan grande. Casualmente un día observó en un libro al pie de página una mención sobre suicidios en masa ocurridos al final de la guerra y despertó en el la curiosidad por lo que se dedicó a investigar las razones que llevaron a las personas a tomar esa decisión tan fatal como irreversible.
Se tiraban a ríos, se colgaban de árboles, se pegaban tiros. ¿Era por miedo a los vencedores y sus represalias? ¿Obedecían al fanatismo nazi o sentían una culpa feroz por lo ocurrido en esos doce años de nacionalsocialismo y seis de guerra?,
El suicidio opera psicológicamente como una especie de virus contagioso, ante uno puede haber dos y así la cifra elevarse, ese factor seguramente influyó, una especie de histeria colectiva que pierde el control y entra en la irreflexión, según las conclusiones del investigador después de hacerse varias preguntas.
La epidemia estuvo presente en muchos lugares de Alemania pero el hecho de que Demmin fuera uno de los lugares más afectados llama la atención. Circunstancias de índole histórica y factores geográficos obraron como claros desencadenantes, la ciudad estaba rodeada por tres ríos lo que la convertía en una suerte de península. Huyendo, líderes nazis dinamitaron los puentes lo que ante la llegada de los soviéticos les impidió salir. El ejército Rojo llegó el 30 de abril queriendo dejar Demmin para estar presentes en la fiesta del primero de mayo.
Exactamente el día en que Hitler se suicidó, en Berlín, los soldados del ejército rojo quemaron Demmin y el pánico hizo presa de la ciudad. El deseo de venganza, años de guerra, bebida en abundancia durante una noche particular, aumentó la violencia de los soviéticos teniendo como resultado lo inimaginable.
Huber sostiene que los ríos fueron cementerios durante semanas costando meses retirar los cuerpos, los testigos vieron gente colgando de los árboles.
Bombardeos de ciudades como Postdam, violaciones a las mujeres, fueron el escenario de los civiles alemanes cuyo sufrimiento no puede medirse. Muchas persona inocentes fueron víctimas de las consecuencias.
Los neonazis continúan confundiendo a la gente mezclando agresor con agredidos utilizando estas circunstancias indudablemente feroces para una reivindicación imposible.
Desde hace diez años en Demmin todo 8 de mayo, día de la capitulación, un escueto número de personas de ultraderecha pertenecientes al NPD recuerdan a las víctimas alemanas utilizando el dolor humano para fines nada nobles, después que el régimen comunista desapareciera permitiendo estas conmemoraciones.
Demmin fue el lugar donde la locura colectiva reinó decididamente pero no fue el único sitio donde sucedieron cosas de este tenor, Berlín registró 7000 suicidios de los cuales 4.000 fueron durante abril.
Huber recoge testimonios de personas cuyas vidas estaban estrechamente ligadas al nacionalsocialismo.
Podemos destacar un diario escritor por el profesor Johannes Theinert y su esposa Hildegard, cuyas primeras palabras tuvieron inicio en 1937, posterior a su casamiento y las últimas están fechadas el 9 de mayo de 1945.Allí puede leerse “la crisis llega a su fin. Las armas callan”. Ese mismo día los dos se mataron. El diario encontrado tras el pacto de muerte, en el que dispara a su mujer y luego lo hace contra su mismo dice “¿Quién podrá acordarse de nosotros, quién conocerá nuestro final?¿Tienen estas palabras algún sentido?”
Estos y otros testimonios recopilados en el libro de Huber recrean una situación digna de conocerse, muestra una realidad cruel, infausta, y hasta dónde puede llegar el dolor y el desconcierto de seres anónimos cegados por el miedo, el fanatismo y la desesperanza.
Apenas unas jornadas después de que el mundo haya celebrado el fin de la Segunda Guerra Mundial, ha salido a la luz una de las mayores atrocidades de la contienda en donde fallecieron nada menos que 2.000 personas. Una matanza, sin embargo, que no la produjo ninguno de los ejércitos que peleaban por entonces, sino los propios ciudadanos de una ciudad alemana ubicadas al nordeste del país.
Fue en esta región donde una ingente cantidad de familias se suicidaron debido al miedo que les producía la llegada del Ejército Rojo. Así lo afirma, al menos, el escritor Florian Huber en su libro «Kind, versprich mir, dass du dich erschießt» («Hijo, prométeme que te pegarás un tiro»).
Esta tragedia se sucedió en Demmin, una ciudad ubicada entre tres ríos, el 1 de mayo de 1945. Por entonces Adolf Hitler ya había dejado este mundo tras pegarse un tiro en la mollera junto a Eva Braun y el Tercer Reich daba sus últimas bocanadas de aire antes de fallecer definitivamente, Era un tiempo, además, en el que los ciudadanos de las diferentes regiones germanas (ya fueran miembros del partido nazi o no) estaban atemorizados ante la llegada de los hombres de Stalin.
No era para menos debido, por un lado, a la propaganda del terror que habían difundido los secuaces del «Führer» sobre las atrocidades que cometerían los aliados con la población alemana (todo ello, para lograr que todo aquel que pudiese portar armas se uniera a las «Volkssturm» o milicias formadas en los últimos días del Reich). Por otra parte, la población también sentía pavor ante la llegada del resentido Ejército Rojo, cuyos miembros habían vivido de primera mano como la «Wehrmacht » y las «SS» habían asesinado a 18 millones de rusos durante la Operación Barbarroja.
Últimos momentos, en familia
Fuera por una causa u otra (o, simplemente, porque algunos eran miembros del partido nazi), lo cierto es que –antes de la llegada de los aliados- en Demmin se mataron nada menos que 2.000 personas. Muchas de ellas, mujeres y niños.
Así lo afirma un superviviente citado por el escritor, quien –con 10 años por entonces- vio cómo más de 50 madres se arrojaron a las aguas del rio Peene con piedras atadas a sus cuerpos para hundirse en sus frías aguas. Varias de ellas, junto a sus hijos.
No fueron las únicas, pues otras tantas acabaron con sus vidas y las de sus hijos ahorcándose, cortándose las venas o envenenándose. De hecho, y tal y como afirma la versión en línea del diario «Times», 1 de cada 17 personas residentes en la ciudad acabaron con su vida aquel día para evitar las supuestas torturas de «los rojos».
Con todo, la suposición de que los soldados soviéticos someterían a la población a múltiples vejaciones no era tan descabellada pues, como se demostró después cuando conquistaron Berlín, violaron a más de un millón de mujeres y niños.
Tras aquella infausta jornada, a los rusos no les quedó más remedio que enterrar los cientos de cuerpos en fosas comunes ubicados cerca de Demmin (una ciudad saturada entonces por los refugiados que habían viajado desde el este ante la llegada del enemigo).
Por otro lado, el autor ha señalado que este no fue un hecho aislado: «Lo que ocurrió en Demmin sucedió en muchos otros lugares en toda Alemania. Fue el mayor suicidio en masa en toda nuestra historia».