Andrés Valdez Zepeda*
Job Viramontes Saldivar**
Delia A. Huerta Franco***
Introducción
Las campañas electorales son procesos rutinarios de las democracias modernas que generalmente se impulsan[1] por los partidos políticos y sus candidatos a un puesto de elección popular con el fin, por un lado, de obtener el mayor número de votos posibles y así ganar los espacios de representación pública en disputa y, por el otro, para evitar que la competencia logre dicha representación.
Con el fin de obtener el mayor número de votos, tradicionalmente los partidos políticos postulan a sus candidatos, tomando en consideración una serie de características, como, por ejemplo, lo son su arraigo en la comunidad, su trayectoria pública, su militancia partidista, su experiencia en la conducción de los asuntos políticos, su formación académica, sus inteligencias múltiples, su imagen y reputación pública y, sobre todo, su carisma.
Este último, es muy importante en la política electoral y es mucho más trascendente en las elecciones competitivas organizadas bajo reglas democráticas, ya que la actual crisis de imagen de los partidos políticos y la nueva tendencia de personalización de la política, en gran medida, centra los procesos electorales en el tipo, perfil, carácter, trayectoria y carisma de los individuos que son postulados como candidatos. En cierta medida, el carisma se ha convertido en un factor real de poder, ya que es prácticamente imposible ganar una elección, bajo un sistema político plural y de competencia, sin la presencia de candidatos carismáticos.
De hecho, se puede asegurar que un requisito sine qua non para ganar una elección democrática, es la existencia de carisma, ya que un candidato con pobre o nulo carisma es muy difícil que logre ganar las elecciones. Por el contrario, un candidato carismático posee, por si mismo, una serie de ventajas competitivas que seguramente le llevarán a conquistar la mayoría de los votos en disputa, ya que “nadie gana elecciones sin carisma”. Además, es posible también detectar rasgos carismáticos también en las instituciones partidistas y en las propias campañas electorales que, de una u otra forma, inciden en el resultado de la elección.
Es decir, la existencia de carisma no es una característica distintiva sólo de los individuos, como tradicionalmente se le ha estudiado, sino también de las instituciones y sus procesos. De hecho, el carisma se ha convertido en una estrategia para poder conseguir el máximo número de votos posibles (Deusdad, 2001).
En este escrito, se parte de la hipótesis de que toda campaña electoral exitosa se caracteriza por poseer altos niveles de carisma y que este constructo trasciende el nivel individual o personal, como hasta ahora se le ha considerado. Esto es, una de las características distintivas de las campañas electorales exitosas, dentro de todo sistema democrático, es la existencia y agregación del carisma tanto de los candidatos, como de las instituciones partidistas y de las propias campañas electorales.
Teoría del carisma
Etimológicamente, el término carisma proviene de la palabra griega charis que significa “gracia” y char, también de origen griego, que significa “algo que causa felicidad”. También este término connota encanto, favor, don, veneración, gozo y festividad (Glassman,1986).
En sus inicios, el origen del término carisma tuvo una acepción religiosa, ya que estaba relacionado con la noción de gracia o “don divino”. Es el conjunto de dones o talentos otorgados por la divinidad a una persona, que deben ser ejercidos para poder influir positivamente en el cumplimiento de un fin común, que permita la evolución personal (Howard, 1993). Es decir, desde la perspectiva religiosa, era algo que se creía era producto de una bendición divina, por lo que la persona carismática era aquella que había recibido el don de dios, que sólo el espíritu santo lo podía conceder.
Hoy día, se utiliza como sinónimo de atracción, seducción, magia, personalidad, confianza, magnetismo, poder, persuasión, de un ser humano irresistible, adorable, iluminado e inspirador (Pekonen, 1989). Es la capacidad de ciertos individuos de motivar y suscitar la admiración de sus seguidores, gracias a una supuesta cualidad de “magnetismo personal” (Gentile, 1997).
En los tiempos modernos, fue Max Weber (1992) el primer pensador en abordar, en su complejidad y amplia dimensión, el concepto de carisma y darle una gran trascendencia teórica. De esta manera, definió el término como una cualidad de la personalidad de un individuo que le diferencia de los hombres normales y hace que se le trate como si estuviera dotado de poderes o cualidades excepcionales. Incluyó a personalidades creativas o innovadoras que atraen a seguidores.
Según este sociólogo, el carisma es la cualidad, que pasa por extraordinaria, de una personalidad atribuída por un grupo de fieles a un personaje, al cual se le considera destinatario de una misión. Es la gran habilidad que tienen unas personas de atraer a otras, de que las sigan. Es el don que tienen algunas personas de seducir por su presencia y sus palabras (Weber, 1993).[2]
De acuerdo con Lindholm (1992), el carisma es un lazo emocional inexplicable y compulsivo, que sólo puede revelarse en la interacción con los demás. Es sobre todo, una relación o fusión entre el ser interior del líder y el seguidor. Lo reconocemos en otros, en aquellos individuos que nos hipnotizan con su presencia, nos fascinan, inspiran y lideran. Incluye el magnetismo personal, el encanto, la cualidad de destacar y la personalidad del triunfador.
Para Antonakis et al, (2012) el carisma es la habilidad de comunicar un mensaje claro, visionario e inspirador que cautiva y motiva a toda una audiencia. Implica un conjunto de habilidades que se pueden aprender.[3] Por su parte, para John Maxwell (año) las características de los individuos carismáticos son las siguientes: Aman la vida, son personas alegres y optimistas. No viven quejándose y demuestran pasión en lo que hacen. Tienen la tendencia de ver lo mejor en lo demás. Trasmiten esperanza en la gente. Esto provoca que la gente se sacrifique porque se contagia con su fe. Se brindan a los demás. Son personas que tienen un espíritu generoso. Comparten sus conocimientos, su tiempo y sus recursos con sus seguidores (Alessandra, 1998).
De acuerdo con Eduard Shils (1965), las personas carismáticas son capaces de transformar, gobernar y ordenar el mundo en el que viven. Personas que, a través de la sabiduría en las áreas de conocimiento, conectan con lo central de la existencia humana. El carisma está estrechamente relacionado con la necesidad de los individuos de entender la sociedad dentro de un orden y, a la vez, la voluntad de crearlo, aspecto que otorga poder. Aquellas personas que generan orden, son personas carismáticas.
Según Conger y Kanungo (1998), el carisma es una consecuencia de los atributos del líder, ya que el individuo carismático tiene una visión inspiradora, es innovador y poco convencional, asume riesgos, tiene seguridad de si mismo, es entusiasta, es apasionado y, sobre todo, es buen comunicador.
Los aspectos que dotan de carisma a las personas son el humor, la generosidad, la belleza, la educación, la fuerza física, la juventud, la cordialidad, la simpatía, la sencillez y la accesibilidad (Aberbach, 1996). Los atributos de los individuos carismáticos son la astucia, la sagacidad, el pragmatismo, la agilidad mental, la confianza en si mismo, la virtud política, la sinceridad, el talento y las inteligencias multiples (Eisenstadt, 1968). En consecuencia, un individuo carismatico posee energía, vitalidad, coraje, serenidad, metas claras y está orientado a la persecución de objetivos y empeñado en tener éxito (Bendix, 1986).
En fin, el carisma es un fenómeno que irradia, imanta, capta e inmoviliza primero, para pronto motivar en su seguimiento a crecidas y multitudinarias masas. Más aún sucita popularidad, respaldo y fidelidad (Cavalli, 1995). Supone una relación social y un proceso de comunicación de carácter racional y emocional.
Construcción de carisma
Sobre el carisma y la posibilidad de su construcción hay dos apreciaciones. Por un lado, la concepción histórica-determinista que afirma que el carisma es algo ya determinado sea por un ente divino o una cuestión de herencia y genes. Por la otra, la apreciación constructivista, que señala que el carisma puede construirse y desarrollarse a partir del uso de una serie de técnicas y herramientas de mejora continua en un contexto cultural determinado.
Sobre esto último, por ejemplo, Marcia Grad (1997) señala que cualesquier persona puede conseguir, obtener y disfrutar el carisma que desee, ya que el carisma puede manufacturarse. Por lo tanto, el carisma no tiene nada que ver ni con los genes, ni con la suerte. Es un derecho de nacimiento, un don natural que todos recibimos, pero pocos desarrollan. El carisma es una combinación de habilidades relacionadas entre sí, como la actitud, las características físicas y personales y el comportamiento social. En este sentido, toda persona puede entrenarse para ser carismática y, con perseverancia, todo el mundo puede mejorar.
En este mismo orden de ideas, Giner (1997 y 2003) señala que en las democracias actuales es posible la manufactura del carisma y que los lideres carismáticos ayudan mejor a legitimar el sistema político de cuño democrático, en la medida que concitan el apoyo y respaldo voluntario de los ciudadanos.
Carisma personal, grupal e institucional
El carisma no sólo es una característica intrínseca de las personas, principalmente de aquellas que ejercen un liderazgo político, sino también de las instituciones, grupos y procesos. Es decir, el carisma no solo puede ser manufacturado o desarrollado a nivel personal, sino también a nivel grupal e institucional. En este sentido, no solo hay personas con más o mejor carisma, sino también existen instituciones más carismáticas que otras y hay procesos y grupos o asociaciones de personas con niveles distintos de carisma. Al respecto, Shils (1965), señala que el carisma se manifiesta, de mayor a menor intensidad, en instituciones, acciones e individuos.
De esta forma, por ejemplo, encontramos en el ámbito público a partidos políticos, grupos o fracciones parlamentarias carismáticas, que ejercen un mayor poder de atracción, influencia y seducción que otras. Este poder de influencia, no solo se presenta a nivel de los individuos, que integran o forman parte del liderazgo de las instituciones o grupos, sino que las propias instituciones y grupos desarrollan y potencializan su carisma.
Generalmente, el carisma personal incide en el nivel de carisma de la institución y de los grupos y sus procesos, pero también el carisma de las instituciones y los grupos inciden en el carisma de las personas o sus líderes. Es decir, hay una relación bidireccional intrínseca en la que una es influida por otra y la otra, es influido por una.
El carisma de las instituciones, se conceptualiza como una característica o cualidad extraordinaria percibida por individuos en su relación con alguna institución u organización, que se manifiesta como magnetismo, atracción, aceptación, motivación, persuasión, admiración y, sobre todo, seducción, generando en dichos individuos altos niveles de credibilidad, confianza y fidelidad, dotando de una mayor autoridad y poder a la institución y a sus directivos.
Por su parte, el carisma grupal es una característica intrínseca de los grupos sociales y sus procesos. Consiste en la cualidad de atracción y motivación que genera simpatía, compromiso, lealtad, confianza y credibilidad de dichos individuos en el grupo y sus líderes. Tanto el carisma institucional como el grupal se generan a través de una interrelación entre individuos y grupos mediada por diferentes procesos de liderazgo.
Carisma en la política
La política ha sido el espacio y la actividad donde el carisma siempre ha estado presente. Tanto bajo sistemas totalitarios como autoritarios o semi-autoritarios, el carisma, en menor o mayor medida, ha estado presente en los diferentes liderazgos y en las diferentes épocas de la historia.
Lideres carismticos han sido: Juana de Arco, Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte, Simón Bolívar, Stalin, Hitler, Mahatma Gandhi, Lincoln, Roosevelt, Lenin, Martin Luther King, Mao Tse Tung, Fidel Castro, John F. Kennedy, Mandela, Augusto Pinochet, Margaret Tatcher, Rafael Trujillo y Hugo Chávez, entre otros. Muchos de ellos, vivieron en países donde predominaban sistemas políticos no competitivos y llegaron al poder o se mantuvieron en el, por métodos no democráticos. En este sentido, la presencia de carisma no es exclusivo de los sistemas políticos de cuño democrático, aunque bajo las democracias modernas el carisma está jugando un papel muy importante en los procesos de construcción de legitimidad y consensos políticos, especialmente durante las campañas electorales.
a) Carisma del candidato
Desde el inicio de las campañas electorales modernas, a fines del siglo XIX, los candidatos han jugado un papel muy importante para ganar las elecciones. Los candidatos son los principales comunicadores y motivadores de los electores, son quienes generan simpatías o antipatías políticas, quienes logran una conexión emocional con los votantes y quienes, son aceptados o rechazados a través del voto por los electores.
En este proceso de aceptación o rechazo, el carisma de los candidatos juega un papel muy importante, ya que es un gran generador de liderazgo, dotando al candidato de una capacidad de una extraordinaria capacidad de atracción y persuasión de los votantes. De hecho, nadie gana una elección democrática sin carisma, ya que éste incide determinantemente en el resultado de una elección. Es decir, campañas electorales con candidatos carismáticos tienen una mayor posibilidad de ser exitosas, que aquellas campañas electorales con candidatos sin carisma.
Un candidato carismático es aquel que es competente y que ha desarrollado la habilidad y capacidad de generar influencia entre los electores a partir de su presencia, su imagen, su comunicación y, sobre todo, su personalidad. Es alguien que posee diferentes cualidades e inteligencias, como la inteligencia verbal, la inteligencia relacional, la inteligencia emocional y la inteligencia organizativa. Es, un hombre o mujer apasionada, pero, sobre todo, que es capaz de apasionar a los demás, a partir de lo que hace y lo que dice.
Un candidato carismático tiene una alta facilidad para lograr una conexión emocional con los votantes, genera altos niveles de credibilidad y confianza, sabe tocar las cuerdas sensibles de los electores y, sobre todo, tiene un alto nivel de empatía y sensibilidad acerca de las necesidades, los problemas, las aspiraciones, las expectativas, los deseos y los sueños de los electores.
Un candidato carismático no solo es un buen contador de historias creíbles y persuasivas, sino también un buen líder, que revive la esperanza de un mejor mañana, que reconstruye la credibilidad pérdida de la sociedad y que logra que la gente, a pesar de sus malas experiencias con los políticos, vuelva a creer y a soñar de nuevo.
En fin, un nuevo líder que da razones poderosas a la gente, del por qué luchar, participar y comprometerse políticamente, logrando que gente ordinaria consiga hacer cosas sumamente extraordinarias.
b) Carisma del partido
El carisma del partido, se genera a partir de un clima organizacional adecuado para la convivencia civilizada, la camaradería y el trabajo político responsable de una determinada comunidad de pensamiento, con intereses y propósitos compartidos. El carisma del partido, como la del candidato, no sólo se siente en el ambiente, sino que también se “respira”, bajo una atmosfera en la que la institución irradia confianza, credibilidad, compañerismo, amistad y cordialidad.
Bajo una atmósfera de esta naturaleza, es normal que los ciudadanos decidan incorporarse y engrosar el tamaño de la membresía partidista, ya que una atmósfera en la que predomina el conflicto, las intrigas, la irresponsabilidad, la desorganización, las traiciones y la desconfianza, difícilmente aumenta el número de miembros y simpatizantes de un determinado partido político.
Los términos “carisma del partido” y “partido carismático” son diferentes. En este último caso, fue Angelo Panebianco (1977) el primero que utilizó el término “partido carismático” para referirse a aquella “organización cuya fundación se debe a la acción de un único líder y que se configura como un puro instrumento de expresión política de este liderazgo”. Es decir, formado y dirigido por líderes carismáticos, cuya función principal es servir de instrumento o medio para que el líder cumpla sus objetivos políticos.
Sin embargo, el carisma del partido hace referencia a una cualidad no solo de sus dirigentes, sino también de su membresía y sus procesos. Un partido con carisma es un instituto político con prestigio social, autoridad moral y ascendencia sobre muchas personas y grupos sociales.
Un partido que genera, aprecia y cultiva la lealtad de sus militantes y simpatizantes. Un partido que crea, cultiva e impulsa una cultura política democrática e incluyente, asociada a símbolos, héroes, ritos y ceremonias que refuerzan su identidad, su historia, sus ideales y principios programáticos. Un instituto con dirigentes que impulsan una cultura de la innovación y la creatividad, abiertos a ideas nuevas y diferentes.
Un partido con iniciativa, que confía es su militancia y en sus dirigentes, para agregar valor a la sociedad y generar las políticas públicas necesarias para el buen desarrollo de las personas y las instituciones. Un instituto que impulsa una comunicación carismática, que emociona y hace vibrar a los electores, logrando no solo una conectividad con los votantes, sino también una fuerte lealtad a través de los años. Un partido de causas sociales, vinculado con la sociedad y sus sectores.
b) Carisma de la campaña
El carisma de la campaña, es una forma del carisma grupal, mismo que se conceptualiza como la capacidad extraordinaria de las campañas electorales y sus impulsores, por un lado, de atraer y retener a ciudadanos en su calidad de promotores y colaboradores de la misma y, por el otro, de motivar a los electores para que crean, confíen, apoyen, sigan y voten por los candidatos que promueven.
Debido al carisma de las campañas electorales, muchos electores no solo se ven compelidos a promover, defender y apoyar con entusiasmo y enjundia a los candidatos y sus propuestas, sino también forman un alto nivel de identidad política con los lideres y causas de sus campañas, debido a que, de cierta manera, se les dota de un grado de sentido y pertenencia.
Una campaña carismática atrae con mayor facilidad a la gente, la involucra en sus tareas y logra comprometerla. Es decir, es una campaña que ejerce un poder de atracción y seducción hacia los votantes, aquella que los convierte en promotores de la misma.
En este sentido, una campaña carismática no sólo es aquella que impulsada por el partido, sus candidatos y sus militantes o simpatizantes, sino aquella que logra que la gente la haga suya, que la promueva y defienda como que fuera parte impulsora de la misma. Es decir, es una campaña que se convierte en una especie de movimiento social, en la que el trabajo colaborativo y la promoción se hace de “boca en boca”, expandiéndose de manera viral.
Otra característica distintiva de las campañas electorales carismáticas, es la autoridad moral con la que cuenta, misma que produce atracción y legitimación no solo a los líderes de la misma, sino a todos aquellos que se ven involucrados en la misma.
Una campaña carismática es un ejercicio persuasivo innovador y creativo, fuera de lo cotidiano, que logra movilizar a las urnas a la gente de manera masiva, a través de una conexión emocional extraordinaria. Es una campaña que emociona y seduce a las masas, logrando que gente ordinaria alcance logros extraordinarios.
En otras palabras, es una campaña que mueve, remueve y conmueve. Mueve voluntades, remueve convicciones y, sobre todo, conmueve almas, corazones y emociones.
Las campañas electorales carismáticas, son más propias de los sistemas políticos democráticos, sustentados en la voluntad de los ciudadanos y su “libertad de elección”, aunque también son posibles de existir bajo sistemas políticos autoritarios o semi-autoritarios. En los sistema democráticos, el carisma de las campañas se convierte en una cualidad extraordinaria que es percibida por los electores a partir no solo de las características distintivas de los líderes de los partidos, los candidatos o los promotores directos de las campañas, sino también por lo que hacen o dejan de hacer.
Las campañas electorales carismáticas siempre dejan historia y marcan inolvidables huellas en el colectivo social. De hecho, son campañas que se convierten en modelos a seguir, en patrones de conducta para futuros actos proselitistas dentro de las democracias modernas.
El clima organizacional de una campaña carismática no solo es festivo, solidario y amigable, sino también competitivo, donde la eficiencia y la eficacia en las acciones proselitistas y de las personas, se dinamizan, generando resultados sorprendentes.
Una campaña electoral carismática crea una gran identidad colectiva, se convierte en un gran fenómeno político y logra grandes transformaciones en la conciencia de los ciudadanos[4].
En fin, el carisma de la campaña es el elemento distintivo y diferenciador entre el éxito y el fracaso que se pueda dar en una elección. Una campaña sin carisma o con bajos niveles de atracción, generalmente, es una campaña fracasada. Por el contrario, una campaña electoral con un alto nivel de carisma, tradicionalmente, es una campaña exitosa. Es decir, el carisma se convierte en el peso especifico o la balanza que determina el triunfo o fracaso en una elección.
Campañas carismáticas, partidos carismáticos, candidatos carismáticos.
Hasta aquí, hemos hablado de los diferentes tipos de carisma que existen en una campaña electoral y que, de una u otra forma, inciden en el resultado de las elecciones democráticas. Ahora, pasaremos a determinar esquemas bajo los cuales el carisma se convierte en determinante del éxito electoral.
Para asegurar el éxito de una campaña, es importante saber sumar y multiplicar, evitando restar y dividir. Esto es, en la medida que se sumen apoyos de los electores, se involucre a más gente en la campaña, se logre su compromiso y, finalmente, se les movilice a las urnas y se cuide y defienda muy bien el voto, en esa medida, se puede construir con solides el éxito de la campaña.
En el caso del carisma, también es importante saber sumar y multiplicar, ya que como los votos, entre más carisma se tenga, más posibilidades existen de ganar una elección.
Existen cuatro posibilidades en el que el carisma es importante para definir el resultado de una elección. A continuación, se describen estas posibilidades .
a) Tres de tres: La “suma perfecta”
La primera posibilidad apunta que el éxito de la campaña depende de la suma de carismas. Es decir, si tenemos candidatos carismáticos, postulados por partidos carismáticos que impulsan campañas carismáticas, entonces el éxito en la elección está garantizado.
En otras palabras, el carisma agregado en una campaña incide en el resultado de la elección, de tal forma, que campañas exitosas requieren de candidatos carismáticos, postulados por partidos carismáticos que impulsan campañas carismáticas. En este sentido, para ganar una elección se requiere “la suma perfecta de carismas”, en la que los tres tipos de carisma, que hemos comentado más arriba, se encuentre presentes en una perfecta y armónica combinación.[5]
b) Dos de tres
La segunda posibilidad que existe es la presencia y agregación de dos tipos de carisma en la campaña. En este caso, pueden presentarse diferentes combinaciones entre los tres tipos de carisma. Por ejemplo, el carisma del candidato más el carisma del partido o el carisma del partido, más el carisma de la campaña o el carisma de la campaña y el carisma del candidato. En cualquiera de los casos, cuando existe esta circunstancia, las posibilidad de éxito de las campañas es amplia, aunque menor que el de la “suma perfecta de carismas”.
c) Uno de tres
Bajo este esquema, en la que sólo está presente un tipo de carisma, las posibilidades de éxito se reducen. Sin embargo, dependiendo del tipo de carisma, por ejemplo, campañas que cuenten con candidatos carismáticos, esto puede ser determinante para el éxito en la elección.
Si solo se presenta el caso de campañas carismáticas o campañas impulsadas por partidos carismáticos, sin la presencia de candidatos carismáticos, las posibilidades de existo se reducen.
d) Ausencia de carisma
El fracaso en una elección democrática se presenta cuando existe una ausencia total de carisma en la campaña, ya que si no hay candidatos carismáticos, ni partidos carismáticos y se carece completamente de carisma en la campaña, entonces, muy seguramente, los opositores serán quienes obtengan el triunfo en la contienda electoral. Es decir, la presencia o ausencia del carisma está directamente relacionado con el éxito o fracaso en las elecciones.
Casos de campañas exitosas y campañas fracasadas
La elección presidencial en los Estados Unidos de Norteamérica, 2008.
Barack Obama, por primera vez, fue candidato del Partido Demócrata a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica en el 2008. De acuerdo con los resultados electorales, Obama obtuvo el 53 por ciento del voto popular, equivalente a 65.4 millones de votos y 364 votos en el Colegio Electoral. Por su parte, el Partido Republicano quien postuló a John McCain como su candidato presidencial, logró sólo el 46 por ciento del voto popular, equivalente a 57.4 millones de votos y 163 delegados en el Colegio Electoral.[6]
Esta histórica elección, se dio en un contexto de inicio de una crisis económica internacional y una crisis del sector inmobiliario de los Estados Unidos, mismas que se reflejaron en la pérdida de su vivienda y empleos para muchos americanos, así como un aumento de los precios de los alimentos y los combustibles. Adicionalmente, la elección se presentó en un contexto de guerra impopular de este país en Afganistán e Irak, así como de un desprestigio del entonces presidente republicano George W. Bush.
Por un lado, estas crisis: la guerra y el aumento de precios de los alimentos y los combustibles, generaron un gran descontento social e irritaron a muchos ciudadanos americanos, quienes vieron en Obama y en el Partido Demócrata la oportunidad de dar un giro y cambiar de rumbo. Por el otro, la presencia de un candidato demócrata más carismático (Obama) que el republicano (McCain), postulado por un partido también más carismático y popular (Partido Demócrata) en ese momento y mediante una campaña más carismática que la de los republicanos, que de hecho, se convirtió en un gran movimiento social, construyeron bases solidas para el arrollador triunfo electoral de los demócratas.
De esta forma y bajo el contexto electoral anteriormente descrito, tanto el carisma como el trazo estratégico de los demócratas, que en gran medida consistió, por un lado en gestionar el afecto de la gente a partir del carisma y, por el otro, en movilizar el enfado social, el enojo, la frustración y la ira de millones de votantes (acumulada en los ocho últimos años de gobierno de Bush), generaron las bases para sacar de la titularidad de la Casa Blanca a los republicanos.
Al final, un carismático Obama postulado por el popular Partido Demócrata, simplemente les planteó un dilema a los electores: seguir por el mismo camino apoyando a los republicanos que con sus políticas y decisiones habían generado sufrimiento y severos perjuicios a los americanos o, “de una vez y para siempre, votar por el cambio que tanto anhelaban los ciudadanos”. De esta manera, Obama supo construir su victoria electoral sobre la base de la agregación de carisma (la suma perfecta) y por un trazo estratégico adecuado, movilizando el descontento social a las urnas y convirtiéndolo en victoria electoral.
La campaña presidencial de Josefina Vázquez Mota, México, 2012.
El primero de julio del 2012, se celebraron los comicios en México para elegir al presidente de la república, a los integrantes de la cámara de senadores (128 escaños) y a los diputados federales (500 escaños)[7], además de elecciones en 6 entidades del país para elegir a sus autoridades locales.
Fueron cuatro los candidatos a la presidencia de la república: Enrique Peña Nieto, postulado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM); Andrés Manuel López Obrador, postulado por la coalición electoral integrada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Convergencia (PC), hoy denominado Movimiento Ciudadano; Josefina Vázquez Mota, candidata del Partido Acción Nacional (PAN) y Gabriel Quadri de la Torre, postulado por el Partido Nueva Alianza (PANAL).
Esta elección presidencial, se transformó en un encuentro entre carismas, estrategas y maquinarias electorales diferentes. Por un lado, los abanderados del PRI y el PRD fueron candidatos con un más alto nivel de carisma, mientras que los candidatos del PAN y el PANAL carecieron de la popularidad y el magnetismo que debe generar todo candidato a un puesto de elección popular. Por el otro, mientras que la campaña del PAN, desde su inicio, estuvo plagada de errores organizativos, logísticos y protocolarios, (amen de que este instituto atravesaba por una seria crisis de credibilidad e imagen), la campaña del PRI, fue un ejercicio mucho más organizado y carismático.
Al final, de acuerdo a los resultados dados a conocer por el Instituto Federal Electoral (IFE), la alianza PRI-PVEM, que postuló a Enrique Peña Nieto, ganó la elección presidencial con 19.22 millones de votos, que representó el 38.21 por ciento de los sufragios. Por su parte, la alianza de las izquierdas, integrada por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT) y el Movimiento Ciudadanos (MC) lograron el 31.59 por ciento de los votos, lo cual representó un poco más de 15.89 millones de sufragios. El PAN, quien postuló a Josefina Vázquez Mota, obtuvo el 25.41 por ciento de los votos, lo que representó un poco más de 12.78 millones de sufragios. De igual manera, el candidato del Partido Nueva Alianza (PANAL), Gabriel Ricardo Quadri de la Torre, obtuvo soló el 2.29 por ciento, que representó 1.15 millones de votos.
De esta forma, el carisma y la estrategia ayudaron determinantemente para que los priistas recuperaran la presidencia de la república y obtuvieran mayoría en el congreso bicameral, además de ganar en varios de los estados donde se realizaron comicios electorales locales. Por su parte, el PAN con una candidata sin carisma, impopular en esos momentos como instituto y con una campaña plagada de errores (ausencia de carisma), fue desplazado a un distante tercer sitio como fuerza política nacional. [8]
A manera de conclusión
El carisma juega un papel muy importante en la política bajo sistemas de cuño democrático, ya que es un medio o instrumento muy eficaz que ayuda a ganar o a conservar posiciones de poder público. En el caso concreto de las justas electorales, de una u otra forma, el carisma incide en el resultado de una elección.
En la política electoral, se pueden identificar tres diferentes tipos de carisma: el carisma de los candidatos, el carisma de los partidos u organizaciones políticas y el carisma de la campaña. El primero, se refiere a las cualidades extraordinarias de atracción y seducción, que poseen ciertos individuos, que en su calidad de candidatos, compiten en contra de otros por ocupar (mediante métodos democráticos) un espacio de representación pública. El segundo, a la capacidad de atraer, retener, generar simpatía, comprometer y generar identidad que tienen ciertos partidos e instituciones políticas. El tercero, a la excelsa capacidad de las campañas electorales de generar simpatías entre las masas, movilizar políticamente a los electores y ganar su confianza y su voto.
Las campañas exitosas son aquellas que tradicionalmente conjugan el carisma del candidato, el carisma del partido y el carisma de la campaña, para generar inercias y resultados favorables, como fue el caso de la elección del 2008 en los Estados Unidos de Norteamérica, cuando Barak Obama ganó, por primera vez, la elección presidencial. Por su parte, las campañas generalmente fracasadas, son aquellas en las que estos tres tipos de carisma están ausentes o son muy precarios, como fue el caso de las elecciones presidenciales del 2012 en México, cuando el PAN fue desplazado hasta un tercer lugar en las preferencias electorales.
En otras palabras, el carisma agregado que se logre conjuntar en una campaña es el elemento distintivo y diferenciador entre el éxito y el fracaso que se pueda dar en una elección. Una campaña sin carisma o con bajos niveles de atracción (personal, institucional o grupal), generalmente, es una campaña fracasada. Por el contrario, una campaña electoral con un alto nivel de carisma, tradicionalmente, es una campaña exitosa. Es decir, el carisma se convierte en el peso especifico o la balanza que determina el triunfo o fracaso en una elección. De ahí la necesidad de impulsar estrategias centradas en el carisma, que se ocupen de estimular sensorialmente a los votantes, para provocar estados de ánimo que favorezcan a sus grandes objetivos políticos.
Finalmente, solo resta decir que el carisma no solo ayuda a ganar elecciones, sino también legitima socialmente los sistemas políticos democráticos. Un político carismático, postulado por un partido carismático que llega al poder a través de una campaña electoral carismática, seguramente gozará de una alta legitimidad social y política.
Bibliografía
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*Andrés Valdez Zepeda es doctor en estudios latinoamericanos con especialidad en ciencia política por la Universidad de Nuevo México (USA). Autor de los libros 1) El arte de ganar elecciones y 2) Campañas Electorales Inteligentes. Investigador de la Universidad de Guadalajara y miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México. Su línea de investigación es la mercadotecnia política y la gerencia de campañas electorales. azepeda@cucea.udg.mx
** Job Viramontes Saldivar. Es catedrático de la Universidad de Guadalajara y asistente de investigador.
*** Delia Amparo Huerta Franco es profesor del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas de la Universidad de Guadalajara. Su línea de investigación es la comunicación organizacional.
[1] Hoy día, también se impulsan campañas electorales en las organizaciones sindicales, empresariales, estudiantiles, en las universidades y las instituciones públicas que renuevan periódicamente mediante voto universal, directo y libre a sus órganos de dirección.
[2] El líder carismático, según Weber (1993), es aquel dotado de “dones específicos del
cuerpo y del espíritu estimados como sobrenaturales”, cuya autoridad emerge en
tiempos de extrema penuria y dificultades “psíquicas, físicas, económicas, éticas,
religiosas o políticas”. El carisma es una suerte de gracia con la que son investidos ciertos personajes por obra de un orden superior.
[3] De acuerdo a estos autores hay una serie de tácticas de liderazgo carismático. Verbales, metáforas, símiles y analogías, historias y anécdotas, contrastes, preguntas retóricas, lista de tres partes, expresiones de convicción moral, reflejos de los sentimientos del grupo, fijación de metas elevadas y transmisión de confianza. De la misma forma, también no verbales, como la voz animada, las expresiones faciales y los gestos.
[4] Para poder persuadir, se debe usar una retórica poderosa y razonable, construir una credibilidad personal y moral, así como despertar las emociones y las pasiones de los seguidores. La idea es proveerles un sentido de propósito e inspirarlos a la acción para obtener resultados grandiosos. Esto lo logran los candidatos carismáticos, postulados por partidos carismáticos que impulsan campañas carismáticas.
[5] En otras palabras, una campaña exitosa es aquella que genera identidad, respaldo y apoyo de la gente hacia el partido, hacia el candidato y hacia la propia campaña.
[6] Adicionalmente, los demócratas lograron ganar 6 asientos más en el senado y 20 en la cámara de representantes.
[7]300 diputados son electos por el principio de mayoría y 200 por el principio de representación proporcional.
[8] Esta campaña y sus resultados contrastan con la impulsada por el PAN en el año 2000, cuando Vicente Fox Quesada ganó la presidencia de la república. En este proceso, se sumó el carisma del candidato (Fox), el carisma de su campaña y el carisma del partido, logrando como resultado el triunfo electoral.