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ESPECIAL / Historia: las otras pandemias que asolaron Michoacán

En la prehistoria de la medicina moderna las pandemias eran de los males más temidos. Entre los registros de afectaciones masivas en Michoacán, destacan tres: la viruela al fin del siglo XVIII, el tifus durante la asonada independentista y el cólera en 1833. En tiempos de COVID-19, el objetivo de esta publicación no es llamar a la alarma sino aportar un poco de historia local a los miles de michoacanos que deben permanecer en sus casas. Y también recordar que la prevención es la mejor medida.

Por Eduardo Pérez Arroyo

Morelia, Michoacán.- La leyenda es conocía entre los historiadores de la medicina. Se cuenta que en tiempos prehistóricos un hechicero regresaba de un retiro cuando le informaron que uno de los hombres había vuelto enfermo de la caza. Con seguridad el hechicero se recubrió con su vestimenta de venado, se abrió paso y entró en la cueva del enfermo. No era lo que esperaba.

La cara del convaleciente lo hizo dar un respingo. Retrocedió espantado, ordenó levantar el campamento y se dispuso a huir para siempre en plena noche. En la cara del enfermo había reconocido la viruela, cuya imagen mental ya tenía tras los relatos de su padre y su abuelo.

La muerte, bien lo sabía, sería inevitable.

Antes de que Hipócrates estableciera las bases de la primitiva ciencia médica, las epidemias —lo decía la Biblia— eran un efecto de la cólera divina. Los enfermos lo estaban porque habían pecado y así lo había dispuesto Dios, y la única misión de médicos y curanderos era hacerles más llevadera la antesala de la muerte. Así continuó durante la oscuridad medieval, hasta que finalmente los científicos comenzaron a comprender que los males del cuerpo no provenían del cielo sino simplemente de las toxinas que afectaban al cuerpo.

Desde el XVIII comenzó en Europa la revolución intelectual, y con ello desaparecería la creencia en brujas y en que el orden social era dictamen inmutable. Del “siglo de las luces” nacería la ciencia positiva, y muchos pensadores se autoimpusieron la búsqueda de una sociedad perfecta. La medicina no se podía quedara atrás. Tras múltiples experimentos de ensayo y error de establecieron las primeras políticas de salud pública basadas en el racionalismo científico y no en el pensamiento mágico.

Hoy, desde las épocas que coincidieron con los albores de la medicina moderna, la historia de tres epidemias que asolaron Michoacán.

VIRUELA, 1790: HOMBRES Y TRIBUTOS

La llegada de los españoles al Nuevo Mundo convirtió a la viruela en una de las pandemias más devastadoras para los nativos americanos. Desde las primeras expediciones por mar o tierra la viruela se diseminó entre las poblaciones locales, diezmando masivamente a muchos que no tenían forma de enfrentar males desconocidos llegados del otro lado del mundo.

En 1790 se decía que en el puerto de La Habana había un brote de viruela. El virrey de la Nueva España intentó impedir su llegada a Veracruz. Las pruebas estaban a la vista: en años anteriores todas las plagas llegaban por mar.

Pero las medidas no fueron suficientes. Entre 1790 y 1791 aparecieron varias noticias sobre brotes de viruela en la Nueva España, especialmente en el valle de México y Puebla. La epidemia coincidió con el alza al precio del maíz y epidemias de tabardillo, que tiempo después fue identificado como tifo. En 1791 un médico del ayuntamiento de Puebla atendió a un párvulo contagiado por viruela, mientras en la capital se reportaban “viruelas en casa de niños expósitos”. En poblaciones más alejadas de los grandes centros urbanos como Chiautla, en noviembre de 1791 murieron indios tributarios por viruela, tabardillo y “dolores pleuríticos”.

La pandemia salto hasta 1793. Ese año varios pueblos de Tehuantepec solicitaron a la Real Audiencia la suspensión del pago de tributos debido a una epidemia. En 1795 la meseta central de la provincia de Chiapas también fue afectada, y otros casos se registraban en Tehuantepec. Finalmente, en 1796, la enfermedad alcanzó a Valladolid.

Las autoridades comenzaron a disponer medidas. En 1798, en Cuitzeo el obispado promovió los apoyos luego que los indios solicitaran “utilizar los bienes de comunidad para socorrer sus necesidades”. En Purechucho, en otro pueblo de Michoacán, “también se autorizó el fondo de comunidad para cubrir las necesidades provocadas por la viruela”.

Pero no todo era buena fe. Según el texto “Contra una pandemia del Nuevo Mundo: las viruelas de las décadas de 1790 en México y las campañas de vacunación de Balmis y Salvany de 1803-1804 en los dominios coloniales”, de América Molina del Villar, “el interés por socorrer a los pobres no sólo obedecía a una labor filantrópica, sino también porque la muerte de estos sectores provocaba problemas económicos”…

Las matemáticas no mentían. En 1796, los indios tributarios de Tequisxistlan y Tehuantepec, en Oaxaca, debían cerca de 518 pesos de tributos a consecuencia de la epidemia de viruelas. En Acayucan, en 1797, los muertos habían impedido levantar las cosechas. En 1798 Santa Clara del Cobre y Santa María Opopeo carecían de víveres, padecían la enfermedad y no habían podido pagar los tributos.

La vida de los súbditos era importante, pero más lo eran los negocios.

Finalmente, casi 10 años más tardeel viajero Alejandro Humboldt señaló que el brote de viruela de 1797 había sido menos mortal gracias a “que se practicó la inoculación en las inmediaciones de México”. Según Molina del Villar, “de los lugares en donde tuvo mayor éxito la inoculación fue en Valladolid y en varios pueblos del obispado de Michoacán”. Las frías estadísticas indicaban que de 6 mil 800 personas inoculadas sólo habían muerto 170.

La medicina moderna daba un salto en Michoacán.

TIFUS, 1813: LA GUERRA Y LOS PIOJOS

El lustro 1810-1815, en pleno inicio del movimiento insurgente del cura Miguel Hidalgo, coincidió con la epidemia que asoló a la entonces Nueva España: las fiebres epidémicas o el tifo de 1812-1814. 

La ecuación era perfecta: mientras la población enfermaba, los soldados recorrían el país dispersando la enfermedad.

Durante meses miles murieron en Tlalpujahua, Maravatío y Taximaroa. Según el texto La epidemia de tifo y la guerra insurgente en el oriente de Michoacán, 1813-1814, de José Gustavo González Flores, en algunos lugares la enfermedad fue calificada como “fiebres misteriosas”, pero otros, por su sintomatología, descubrieron que era el tifo.

Los enfermos morían con dolor. Los principales síntomas eran “temperatura elevada, pequeños granos o salpullido, flujo de sangre por la nariz, boca y oídos, disentería, dolor de estómago, entre otros”. La enfermedad era transmitida por las pulgas de las ratas o por los piojos de los humanos, y fue la segunda la que permeó más en Michoacán. El tifo humano, transmitido por la Rickettsia prowasekii, alcanzaba el 70 % de letalidad y su contagio se podía dar de persona a persona mediante el traspaso de piojos. En tiempos de higiene primitiva el traspaso de piojos al prójimo, entre ellos amigos y familiares, era situación común.

La epidemia coincidió con el movimiento insurgente del cura Hidalgo y duró hasta aproximadamente 1815. Décadas más tarde los historiadores están relativamente de acuerdo en el contexto desde donde comenzó. ¿El origen? El “Sitio de Cuautla”.

Para los habitantes de la ya golpeada zona oriente del obispado de Michoacán se trató de “una peste horrible que comenzó en el sitio de Cuautla y cundió por la provincia de Puebla, Veracruz, México, Guanajuato y Valladolid”. El grupo más afectado por la mortalidad fue la población adulta. La epidemia, dicen las crónicas, se hizo notar en los registros de entierros de Tlalpujahua y Maravatío a mediados de 1813. En Taximaroa, dos meses después.

La historia de la patria era también la historia de la muerte.

CÓLERA, 1833: EL FIN DE LAS COMUNICACIONES AMOROSAS

El mal había nacido siglos atrás en la cuenca del río Ganges. Pero solo en 1817 el cólera rebasó los confines de la India, primero por Asia y luego por el resto del mundo.

Fue durante la segunda pandemia, iniciada en 1814, cuando alcanzó al resto de los países. La primera vez que llegó a México, en 1833, el periplo había contemplado Asia, el Báltico, Prusia, Austria, Suecia, Inglaterra, Irlanda, Canadá y Estados Unidos.

Como siempre, las primeras teorías asociaron su propagación con el comercio, guerra, los viajes y peregrinaciones. Las últimas escalas antes de México fueron Nueva Orleáns, en 1832, y La Habana, en 1833. Ese mis o año los primeros casos se registraron en Chiapas.

Para impedir que el cólera causara estragos en Michoacán, el 11 de julio de 1833, el gobernador del estado José Salgado fue investido con facultades extraordinarias. Entre otras medidas, decretó que “las autoridades políticas de los pueblos vigilaran escrupulosamente la conducta de los llamados curanderos y chirucas, cuidando mucho de que no se usen recetas secretas, medicamentos específicos y otras drogas, cuyos efectos no sean conocidos”.

Según El cólera en Michoacán y la federalización de las políticas sanitarias en el siglo XIX, de María del Carmen Zavala Ramírez, “en 1833 la enfermedad sólo se conocía en México a través de referencias y noticias procedentes sobre todo de Europa. Así fue que los doctores Juan Manuel González Urueña, Juan Macouzet y Mariano Ramírez, miembros del Protomedicato, elaboraron y publicaron el Método preservativo de curación del cólera morbus que para el auxilio de las poblaciones de Michoacán que carecen de facultativos formó el Protomedicato a excitación del Supremo Gobierno del Estado, que fue publicado el 31 de julio de ese año”.

En tanto, el Método preservativo y de curación del Cólera Morbus establecía que los síntomas principales del cólera eran “vómitos y evacuaciones frecuentes, acompañados de ansias, dolor de estómago, retorcijones y calambres”. Agregaba que no se trataba de una enfermedad contagiosa, un pinto vital para el tratamiento de la sintomatología.

El texto de Zavala Ramírez agrega que “descartada la posibilidad de contagio (…) se identificaron seis causas que hacían aparecer al cólera morbus y que básicamente hacen referencia tanto a factores que podían debilitar a las personas, ya fueran físicos o psicológicos.

“Entre los primeros se encontraban la impresión repentina del frío o de la humedad, particularmente en los pies; el consumo de comidas abundantes o de mala calidad y las desveladas o vigilias. También se reconocieron como causas de la enfermedad el acceso de cólera o de otra ‘pasión fuerte’, y el terror que podía ocasionar el aspecto de los enfermos por ‘el horrible aspecto que presentan’”.

Otro asunto eran las condiciones personales que predisponían a los individuos. Entre ellas la irritación de los intestinos y el estómago, la embriaguez, los placeres del amor, el temor y el desaseo. El consumo de licores espirituosos “y sobre todo la embriaguez eran considerados peligrosos en el caso particular de esta enfermedad”.

Asimismo, las “comunicaciones amorosas” eran nocivas porque “el Doctor Broussais cita el ejemplo de muchos estudiantes de Medicina de París que conforme salían de una casa de prostitución eran atacados de la epidemia: en Varsovia y en otros lugares de la Europa sucedieron casos de igual naturaleza”.

Las recomendaciones eran limpieza del cuerpo y ropa, el abrigo, la transpiración, los baños tibios y los ejercicios moderados, además de un escrupuloso cuidado en la vivienda. Casas y talleres podían regarse con vinagre alcanforado aguado o agua clorurada, es decir, cal común. Para la indisposición en el estómago y para el vómito se recomendaba abstenerse de todo alimento y tomar cucharadas de agua cocida de arroz, goma arábiga en polvo disuelta en agua fría, cada vez con más frecuencia.

Pero nada de eso bastó. La epidemia de 1833 fue de las más mortíferas, y se estima que sólo en la capital de México murieron 14 mil 000 personas entre agosto y noviembre.

En Michoacán, “resulta difícil establecer una cantidad aproximada de decesos, pues no ha sido suficientemente estudiada. No obstante, existen algunos datos parciales que pueden darnos una idea de lo que fue la primera gran epidemia de cólera en Michoacán: en el Hospital Nacional de Morelia fallecieron 63 personas, 45 hombres y 18 mujeres entre los meses de agosto y diciembre. En el interior del estado fallecieron 300 en Tajimaroa en 90 días; en Uruapan hubo hasta 33 muertes diarias; en Zamora, fue más de 700 el total de las defunciones; y en Zinapécuaro más de 600”.

FUENTES:

  • “Contra una pandemia del Nuevo Mundo: las viruelas de las décadas de 1790 en México y las campañas de vacunación de Balmis y Salvany de 1803-1804 en los dominios coloniales”, América Molina del Villar.
  • “El cólera en Michoacán y la federalización de las políticas sanitarias en el siglo XIX”, María del Carmen Zavala Ramírez.
  • “La epidemia de tifo y la guerra insurgente en el oriente de Michoacán, 1813-1814”, José Gustavo González Flores.




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