Por Jacques Coste
La marcha del domingo pasado en defensa del INE ha dado mucho de qué hablar. Prácticamente todas las columnas políticas y las mesas de debate de esta semana han estado dedicadas a la manifestación y sus consecuencias.
Hay una implicación en la que diversos analistas se han centrado: el fortalecimiento de las oposiciones luego de la marcha debido a dos motivos principales. Por un lado, las oposiciones encontraron en la defensa del sistema electoral un tema en torno al cual cohesionar a una coalición variopinta de actores políticos y sectores sociales. Por otro lado, por primera vez en el sexenio, las oposiciones le disputaron la calle, la plaza pública, al presidente López Obrador y Morena, al convocar a cientos de miles de ciudadanos a marchar en urbes de todo el país.
Hablo de oposiciones en plural deliberadamente, pues en las manifestaciones del domingo se concentraron: la oposición partidista (desde la menguada coalición Va por México hasta Movimiento Ciudadano y varios partidos locales); la oposición política no partidista (como el Frente Cívico Nacional, en la que participan personajes como Guadalupe Acosta Naranjo y Demetrio Sodi); la oposición empresarial (por ejemplo, la organización Unid@s encabezada por Claudio X. González); la oposición intelectual (con José Woldenberg, María Amparo Casar, Denise Dresser, Héctor Aguilar Camín y otras figuras como principales exponentes), y una porción mayoritaria de ciudadanos independientes, libres e inconformes (de derecha, de centro y algunos de izquierda).
A diferencia de los voceros del obradorismo, no nombro a los promotores y asistentes a la marcha para deslegitimar al movimiento. Todo lo contrario: creo que es meritorio que la integridad de nuestro sistema electoral sea una causa que convoque a sectores amplios de la sociedad y los círculos políticos e intelectuales. Los nombro, más bien, para señalar que la marcha se trató de una manifestación opositora.
Un legado curioso de la transición a la democracia en México es que lo “ciudadano” adquirió un carácter casi sacrosanto, mientras que lo “político” se convirtió en tabú. Así, los consejeros ciudadanos del entonces IFE eran buenos por naturaleza, mientras que los políticos profesionales eran intrínsecamente corruptos y perversos. Por eso, organizaciones como Unid@s y el Frente Cívico o hasta el partido Movimiento Ciudadano se autodenominan como “agrupaciones ciudadanas”. No lo son: su naturaleza es política, toda vez que tienen agendas políticas y objetivos políticos.
Esta breve disquisición lingüística viene a cuento porque esta manía de no llamar “político” a lo que tiene esa calidad está ocasionando que los asistentes a la marcha se indignen cuando los medios la califican como una manifestación opositora y, rápidamente, respondan que fue una “movilización ciudadana con el único fin de defender al INE”.
En efecto, la causa principal que unió a esta coalición amplia fue salvaguardar el sistema electoral. Sin embargo, es claro que el descontento acumulado por distintas decisiones del gobierno y por el discurso del López Obrador también fungieron como motivaciones importantes para asistir a la marcha. De no ser así, la concurrencia no hubiese sido tan abundante.
En suma, la marcha sí fue una manifestación de las oposiciones. Y es mejor que se asuma como tal. Hacer política, ser oposición, no tiene nada de malo. Al contrario, es deseable en toda democracia.
Una vez caracterizada a esta marcha como opositora, vale la pena subrayar que, a partir de este momento, surgirán varios problemas y desafíos para las oposiciones partidistas: por ejemplo, ¿cómo mantener el momento y la cohesión?, ¿cómo construir una agenda más allá de la defensa del INE?, ¿convocar o no convocar a más manifestaciones, tomando en cuenta lo complicado que será lograr que sean así de numerosas?, entre otros tantos.
Yo me quiero centrar en un reto particular. Mucho me temo que la asistencia de manifestantes de clase media y, sobre todo, media alta a la marcha les confirmará a las oposiciones partidistas un diagnóstico equivocado que muchos de sus líderes tienen: en 2024 pueden ganar con el voto de las clases medias urbanas.
Y digo que este diagnóstico es erróneo porque, contrario a lo que piensan muchos líderes empresariales, políticos y de opinión, México no es un país de clases medias. Lo puede ser en los números, pero no en la práctica. En realidad, sectores amplios de supuesta clase media urbana viven precarizados: sin buenos servicios, sin seguridad social, sin grandes lujos, en zonas periféricas, inseguras y marginales de las ciudades, e incluso, en muchos casos, en la economía informal.
Apelar a la clase media, tal como la imaginan muchos líderes políticos —mucho más abundante, boyante y próspera de la que en realidad existe—, es un error. México es un país de clases populares, no de clases medias.
El error más grave que podrían cometer los partidos de oposición es usar la asistencia de la clase media alta a la marcha para ratificar este diagnóstico erróneo y basar en él sus acciones y sus campañas rumbo a 2024. Si hacen eso, las oposiciones partidistas dejarán fuera a muchos sectores sociales que podrían ser votantes indecisos o de tendencia opositora.