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#ENTRELÍNEAS / Los peligros de la idolatría… y de la absoluta aversión.

Por Héctor Tapia
Cansados, hartos, de un sistema político que ha alimentado la corrupción, la impunidad y la violencia, los ciudadanos salieron a votar hace casi un mes y manifestaron en las urnas sus profundas molestias con la clase política. De fondo, con una profunda esperanza de cambio, pero en parte prácticamente a cegados por el enojo.
Sin duda lo ocurrido electoralmente en el país, como un fenómeno generalizado, es digno de estudio sociológico; aunque las causas de la “cargada electoral” hacia un solo lado son simples de fondo: un sistema político que ha luchado por prevalecer, impregnado de corrupción e impunidad, para dar continuidad a una serie de privilegios para una clase que se ha mostrado indolente e insensible  hacia un gran porcentaje de la población que sigue viviendo y padeciendo la pobreza, el dolor, el hambre y la injusticia.
De esto se ha hablado casi hasta el hartazgo; pero apenas eso fue sólo un paso para una sociedad que busca sacudirse los vicios heredados, generación tras generación, permitidos y abrazados, apapachados, por una sociedad que por mucho tiempo también ha sido permisiva con todos estos problemas que han derivado en la crítica situación que se vive en múltiples rubros, y que ahora enfrentarán el verdadero reto que tiene el país: la reconstrucción social, el cambio de valores, el cambio de fondo y postura frente a lo que a todos aqueja.
En esta transición hay a su vez otros aspectos que salen a la luz, y que se han profundizado en los últimos años; no es una simple diferencia ideológica, ni de si se es de izquierda o de derecha. Una polarización vana y superficial derivada de mutuas aversiones que se traducen en un choque constante de dos bloques sociales, donde no se apuesta a la construcción ni al auténtico diálogo y mutuo aprendizaje. Desacreditar al otro para ganar uno.
La reciente elección ha dejado más claro que nunca también las posturas de una gran mayoría social; por un lado un sector que aplaude sin más, que justifica, que se hace de la vista gorda, que no cuestiona más allá, que defiende a capa y espada lo que una figura representa, es el que idolatra; y por otro, un sector que rechaza a diestra y siniestra lo que venga del otro lado, que no escucha, que se cierra, que no entiende, no quiere entender y se aferra a ello, que no da la razón, y que busca cualquier aspecto para golpear al otro, una nada disimulada aversión profunda sólo por llevar muchas veces la contraria, una que busca cada vez más sofisticadas justificaciones para su extremo rechazo.
En estas dos posiciones se identifica a muchos que favorecieron a Morena y su proyecto de nación, como a los que defendían la continuidad de un sistema político que está agonizante víctima del rechazo en los votos (PRI, PAN y PRD).
Ambos han asumido ambas posturas, y ha dependido de la posición que les ha tocado jugar en el tablero de la geografía política mexicana.
Hasta antes del 1 de julio la mayoría que favoreció y simpatizó con Andrés Manuel López Obrador en las urnas se asumieron como profundos críticos de la clase gobernante, y no sin justificación; baste mirar la violencia, la pobreza y los escándalos de corrupción e impunidad que persisten en el país.
Y por otra parte, otro sector de la población defendió tanto el PRI y al gobierno que aún encabezan, aunque no lo parezca, que ha protagonizado una serie de escándalos de corrupción e impunidad que les costó la credibilidad para llevarlos prácticamente al borde de la extinción.
El PAN también gobernó el país en dos periodos, y que además “no jugó bien sus cartas” al imponer su candidato presidencial en esta contienda. Al PRD también le están llegando las facturas, quedando en las posiciones más bajas desde su creación como partido en la preferencia electoral.
Aunque aún no concluye el gobierno actual, los papeles ya se revirtieron, ambos en función del gobierno que está por comenzar apenas, en unos meses.
Ahora, los que defienden el proyecto de Morena y Andrés Manuel López Obrador, defienden a capa y espada todo lo que impulsa el virtual presidente electo; ya no cuestionan, no ponen en tela de juicio una serie de iniciativas que se han anunciado comenzarán a aplicar. Aplauden lo que consideran correcto y lo justifican, y guardan silencio sobre lo que se advierte podría ser lesivo para todo un país.
Por otro lado, los que no fueron favorecidos, o mejor dicho, fueron castigados en las urnas, son críticos de todo, cuando en los gobiernos que encabezaron sus partidos y figuras guardaron también un cómplice silencio. Señalan y critican todo, desde aspectos donde hay razones para advertir un totalitarismo, hasta acciones que de entrada podrían significar un cambio de fondo en la forma de hacer política. No dan la razón, ni el beneficio de la duda. Aun cuando es un gobierno que todavía no comienza. El resentimiento habla.
Entonces, a partir de esto, se advierten dos posiciones contrarias por la aversión que se tienen; ambas cegadas, una por defender a ultranza sin analizar de fondo algunos aspectos que podrían ser dañinos para la insipiente vida democrática del país, y otra por desacreditar y obstaculizar a costa de lo que sea para poder decir en su momento “se los dije”. La constante: parece no haber ánimo de construcción.
 
 
 
 
 
 
 
 

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