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Ortega y Gasset en la Era Trump

POR José Luis Lobera
 
Escucho a un famoso analista político hablar de “populismo” a la hora de explicar la razón por la que Donald Trump ha llegado a la Casa Blanca, y me plaga la duda de su verdadero significado.
Según Wikipedia, el populismo es un concepto difícil de definir y que, en su acepción más purista (la de la Real Academia de la Lengua), no es más que una estrategia política que pretende buscar el apoyo de las clases populares. A veces, sin embargo, se usa de forma peyorativa para “destacar aspectos como la simplificación dicotómica, el antielitismo, el predominio de los planteamientos emocionales sobre los racionales, la movilización social, el liderazgo carismático, la imprevisibilidad económica, y el oportunismo.”
El mensaje anti-establishment de Trump, sin duda, han resonado entre los millones de estadounidenses que no se ven reflejados en las esferas de poder, y aunque la economía estadounidense goza de una relativa buena salud, el magnate ha logrado conectar emocionalmente con la América insatisfecha y temerosa por los empleos que se exportan, la porosidad de las fronteras y la amenaza terrorista.
De hecho, en estas elecciones se ha hablado mucho de los candidatos, pero muy poco del pueblo que debía elegir al Presidente en las urnas. ¿Por qué se quedaron en casa muchos de los demócratas que escogieron a Obama? ¿Y por qué estados decisivos como Michigan, Wisconsin y Pennsylvania – y la siempre vacilante Florida  – dieron la victoria a Trump?
Encuentro respuestas en un lugar improbable: un ensayo de 1930 que sigue siendo tan vigente hoy como ayer. El filósofo español José Ortega y Gasset escribió La Rebelión de las Masas en un momento álgido en la historia de Europa, en el que la vitalidad de los años 20 daba paso a la crisis del 29 y a un sentido de pesimismo generalizado. Así lo describe Ortega con sus propias palabras:

Resumo ahora la tesis de este ensayo. Sufre hoy el mundo una grave desmoralización, que entre otros síntomas se manifiesta por una desaforada rebelión de las masas, y tiene su origen en la desmoralización de Europa. Las causas de esta última son muchas. Una de las principales, el desplazamiento del poder que antes ejercía sobre el resto del mundo y sobre sí mismo nuestro continente. Europa no está segura de mandar, ni el resto del mundo, de ser mandado. La soberanía histórica se halla en dispersión.

Al igual que Europa en los años 30, Estados Unidos tampoco es hoy la clara primera potencia mundial que era hace unas décadas, y el eslogan “Make America Great Again” (Hagamos América Grande De Nuevo) ha calado en un electorado que no escucha su voz en los pasillos de Washington.  Ortega y Gasset llamó a este ciudadano medio como el nuevo “hombre-masa”, más pudiente que sus antecesores históricos, e imposible de ignorar por las élites.

La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas: sólo hay coro.
¿No era esto lo que se quería? ¿Que el hombre medio se sintiese amo, dueño, señor de sí mismo y de su vida? Ya está logrado (…) Entonces no extrañe que actúe por sí y ante sí, que reclame todos los placeres, que imponga, decidido, su voluntad, que se niegue a toda servidumbre, que no siga dócil a nadie, que cuide su persona y sus ocios, que perfile su indumentaria: son algunos de los atributos perennes que acompañan a la conciencia de señorío. Hoy los hallamos residiendo en el hombre medio, en la masa.

Más poder adquisitivo, sin embargo, no significa interés en la cultura, y el hombre-masa de Ortega es un ser mediocre, desinformado, y hermético. Su egoísmo se manifiesta al no escuchar la opinión de los demás y sentirse en poseedor de la verdad.

 … al hombre mediocre de nuestros días, al nuevo Adán, no se le ocurre dudar de su propia plenitud. Su confianza en sí es, como de Adán, paradisíaca. El hermetismo nato de su alma le impide lo que sería condición previa para descubrir su insuficiencia: compararse con otros seres. Compararse sería salir un rato de sí mismo y trasladarse al prójimo. Pero el alma mediocre es incapaz de transmigraciones.
No se trata de que el hombre-masa sea tonto. Por el contrario, el actual es más listo, tiene más capacidad intelectiva que el de ninguna otra época. Pero esa capacidad no le sirve de nada; en rigor, la vaga sensación de poseerla le sirve sólo para cerrarse más en si y no usarla (…). Esto es lo que en el primer capítulo enunciaba yo como característico en nuestra época: no que el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar, sino que el vulgar proclame e imponga el derecho de la vulgaridad o la vulgaridad como un derecho.

La defensa del hombre ante la masa es el eje central de la obra de Ortega. El fascismo y el comunismo eran ideologías que rechazaba el filósofo madrileño como manifestaciones de ese hombre nacionalista e inculto, nutridas por un fervor tan populista como regresivo. ¿Qué pensaría entonces Ortega del fenómeno Trump?

Tanto vale, pues, decir: en tal fecha manda tal hombre, tal pueblo o tal grupo homogéneo de pueblos, como decir: en tal fecha predomina en el mundo tal sistema de opiniones -ideas, preferencias, aspiraciones, propósitos. ¿Cómo ha de entenderse este predominio? La mayor parte de los hombres no tiene opinión, y es preciso que ésta le venga de fuera a presión, como entra el lubricante en las máquinas. Por eso es preciso que el espíritu -sea el que fuere- tenga poder y lo ejerza, para que la gente que no opina -y es la mayoría- opine.

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