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DE MARX A NUEVOS CAMINOS DE LA IZQUIERDA EN EL SIGLO XXI

Por Miguel Portugal Campillay

Doctor  en Procesos Sociales  y Políticos en América Latina, Universidad Alcalá de Henares, España
 
 

  1. Introducción

El marxismo ocupa, a no dudarlo, un lugar destacado en la historia de las ideas de la humanidad… Negar este aserto no tendría mucho sentido. Ahora bien, si tenemos que referirnos a la filosofía del marxismo en el siglo XX, debemos partir por precisar conceptos, referirnos a los antecedentes necesarios,  para después entrar de lleno al análisis de las ideas de aquellos que, en el siglo pasado, tomaron el ideario marxista como guía para elaborar a su vez un nuevo ideario: ¿continuador?, ¿complementario?, ¿reformista o revisionista?, ¿actualizado?, ¿o necesariamente divergente, en algunos aspectos, para conservar la sustancia? Las ideas no nacen de la nada; cualquier corriente de pensamiento tiene necesariamente que referirse a los precedentes, a los antecesores, para llegar a elaborar el pensamiento propio.
 
El marco económico y sociopolítico del siglo XX es obviamente distinto al del siglo en el cual Marx elaboró sus teorías, y por ello también tendremos que hacer referencia a él, aunque sea someramente, para poder entender mejor la elaboración doctrinaria de los continuadores de Marx.
 
En otro orden de ideas, el tema que vamos a tratar no es de ninguna manera “neutral”, en el sentido de que, a diferencia de otros, toca fibras profundas del sentimiento de cada uno… Y es que el hombre, inevitablemente,  para bien o para mal, frente a los fenómenos sociales y frente a las teorías que tratan de explicarlos, los filtra de acuerdo a sus propias ideas políticas, filosóficas, morales y religiosas, y los aceptará o rechazará según la congruencia que tenga con estas ideas. Desde luego, quedarán muchos puntos para un análisis ulterior, como el leninismo… ¿Este fue un legítimo continuador del marxismo? ¿Lo desvirtuó o lo desnaturalizó?
 

  1. La filosofía pre marxista. Reseña histórica

 
EI siglo XIX nos ofrece dos precursores destacados del marxismo: el materialista metafísico Feuerbach y el idealista dialéctico Hegel. Estos filósofos anteriores a Marx  fueron el punto de partida para el desarrollo de una visión nueva y más completa acerca de la forma de ver la realidad  que posteriormente formularía Karl Marx.
 
Esta doctrina crea una filosofía capaz de explicar la realidad por sí misma, que la práctica científica comprueba, día a día, con el materialismo como principio de la existencia, y la dialéctica como método de interpretar el desarrollo. Aunque ni Marx ni Engels utilizaron el término “materialismo dialéctico” para nombrar esta nueva forma de interpretar la realidad, ellos se refieren al materialismo como fundamento filosófico, y a la dialéctica como la forma de desarrollo y método de análisis de la realidad. Hoy conocemos como materialismo dialéctico a esta teoría formulada por ellos[2].
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Marx no partió de cero, puesto que existía todo un desarrollo de los distintos campos del conocimiento que dio la base o el punto de apoyo para la formulación de esta nueva teoría.
 
En el terreno de la filosofía,  Hegel, idealista alemán, había desarrollado la dialéctica, que en la antigüedad comenzaron los filósofos griegos.  Ludwig Feuerbach había profundizado en el materialismo, que iniciaron los antiguos hindúes y griegos, como Demócrito y Epicuro, y que continuaron Bacon, Locke y Diderot  entre muchos otros,  en los siglos que precedieron a la época de Marx y Engels.
 
“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, escribió Marx en sus “Tesis sobre Feuerbach”[3]. Esta no es una cuestión teórica y contemplativa sino que, en esencia, es el reflejo vivo de una realidad en permanente cambio, obligado por ello a una confrontación permanente con la  realidad. Desde otro punto de vista,  nos indica que la esencia, la razón de ser de la teoría, es la actividad práctica.
 

III. El materialismo desde la perspectiva marxista y la lucha de clases

 
El materialismo de nuestros días es el materialismo dialéctico e histórico, que crearon Marx y Engels. Este no surgió de la nada, la filosofía de Marx y Engels es producto de un largo desarrollo del pensamiento humano.
 
El materialismo apareció hace unos dos mil quinientos años en China, India y Grecia. El pensamiento filosófico materialista estaba estrechamente ligado en esos países con la experiencia diaria de los hombres, con los gérmenes del conocimiento de la naturaleza. Mas,  en aquel tiempo la ciencia estaba en sus albores, por lo que las nociones de los antiguos filósofos materialistas acerca del mundo, carecían de una base científica sólida
 
Los materialistas anteriores a Marx no sabían aplicar su doctrina a la comprensión de la vida social. Tampoco comprendían la significación de la actividad práctica, crítica y revolucionaria de las clases sociales y  de las masas en el cambio de la realidad. Sustentaban  la necesidad de sustituir el régimen social caduco, pero a la vez rechazaban y temían la lucha de las masas a favor de un nuevo régimen, revelando con ello su limitación burguesa, de clase.
 
Una fase nueva y superior en el desarrollo de las concepciones materialistas fue el materialismo dialéctico e histórico creado por Marx y Engels, los grandes maestros y guías de la clase más avanzada y revolucionaria de la sociedad moderna: el proletariado. Su obra significó una verdadera revolución en el campo de la filosofía.
 
Desde las cumbres del pensamiento social y científico de la época,  Marx y Engels tomaron y reelaboraron, con espíritu creador, cuanto de valioso había producido el pensamiento filosófico hasta entonces y concibieron una nueva forma del materialismo, el materialismo dialéctico e histórico,  libre ya de los defectos de que adolecía la anterior filosofía materialista. En la doctrina filosófica marxista,  el materialismo aparece unido orgánicamente a la dialéctica.
 
Por último, los fundadores del marxismo convirtieron la doctrina filosófica materialista, antes una teoría abstracta, en un medio eficaz para transformar la sociedad, en  arma ideológica de la clase obrera en su lucha por el socialismo y el comunismo. En consecuencia, la doctrina filosófica de Marx y Engels    fue aceptada en las masas de trabajadores de todo el mundo, convirtiéndose en una filosofía de masas.
 

  1. La lucha de clases

 
En una sociedad basada en la propiedad privada sobre los medios de producción, la propiedad de los mismos crea las condiciones para que una clase, los propietarios, se apropie de una parte importante del producto del trabajo social, mediante el control sobre la distribución, que conlleva el control del poder político del Estado, con la consiguiente dominación de la superestructura ideológica y social.  Es decir, los propietarios se han constituido en una clase que gobierna para la defensa de sus propios intereses y en contra de los de la mayoría del pueblo.
 
Los intereses económicos materiales son la causa que enfrenta a las clases una contra otra, la lucha por la existencia. “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra, opresores y oprimidos, se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada, unas veces, y otras, franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna” (Marx-Engels: El manifiesto comunista).
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La mayor expresión de la lucha de clases  es la lucha política.  La lucha política pone en el centro los intereses fundamentales de las clases, por lo tanto, refleja la contradicción fundamental del modo de producción, con lo que cuestiona la existencia misma de la formación económico social.  De ello se desprende que el objetivo fundamental de la lucha política es el poder político, para mantener o para abolir una determinada dominación de clase.
 
La lucha de clases es la lucha de contrarios al interior de la sociedad, es por tanto, la fuerza que impulsa las transformaciones sociales.
 

  1. El valor del trabajo y la alienación del hombre actual

 
El problema del estudio filosófico de la sociedad tiene su punto  primordial en el concepto de alienación, con todas sus implicancias históricas, sociológicas, antropológicas y  económicas (Predrag, V., p. 327, 1966). Para Marx, la alienación es la escisión que sufre la sociedad y que va acompañada de asumir en forma acrítica (que toma la forma de la ideología)  este hecho. Esta escisión, de carácter integral, tiene su raíz en la estructura económica, en las relaciones de producción y se manifiesta en todos los ámbitos del organismo social. En la sociedad moderna, en la cual aún nos hallamos inmersos, podemos observar empíricamente la división de nuestra sociedad en dos grupos, llamados “clases”: el  proletariado, representante del trabajo y grupo mayoritario que genera la riqueza, y la burguesía, grupo que representa al capital en todas sus variantes y que, aun siendo muy minoritario, se apropia de la riqueza de la sociedad. Entre el grupo explorador absoluto, que interfiere tanto en el destino de personas como de países, y el grupo absolutamente explotado, que no puede poner frente al capital nada más que sus huesos, hay toda una cadena de explotadores/explotados relativos y elementos parasitarios, que dificultan un análisis   y  pueden degenerar en la tesis de que el sistema ha cambiado significativamente (los árboles del mercado no nos dejan ver el bosque del sistema). Para Marx, el trabajo en la sociedad capitalista, una actividad que convierte un medio de vida en la vida, es trabajo alienado, por más que para cualquiera sea un modo de objetivar las propias capacidades.
 
El trabajo no puede dejar de ser  trabajo alienado, por cuanto pertenece a  la sociedad moderna y porque es la única manera en que esta pueda existir. La necesidad de establecer que el trabajo es alienado proviene, en primer lugar, de la cultura cristiana, que  considera al sufrimiento como algo positivo y, concretamente, en el caso del trabajo. Recordemos que su antecedente etimológico es tripalium,  un instrumento de tortura, y que la tortura significaba para los cristianos la obtención de un pasaje de primera clase para entrar en el cielo. En segundo lugar, la tan difundida confusión entre trabajo y fuerza de trabajo contribuye a oscurecer  el concepto de trabajo, escondiendo su naturaleza alienada.
 

  1. El ideal de hombre según Marx

 
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Según Marx,  el hombre más parecido a su hombre modelo,  es aquel completamente consagrado a este mundo y no al “próximo”; un hombre que no se desvela pensando en la muerte, y que, en cambio, lucha para conquistar una vida significativa y valiosa (Fritzhand. M., p. 192-195, 1966).
 
La vida es significativa y valiosa solo cuando se la vive intensa y plenamente, cuando el ser humano puede realizarse durante su periodo vital desarrollando todas sus aptitudes hu­manas y satisfaciendo todas sus necesidades. El ser humano que vive una vida significativa y valiosa es aquel que halla la felicidad y la consumación en actividades que transforman la naturaleza y la sociedad. Busca la verdad, la belleza y el bien, procura expresarse en y a través de la cultura y la civilización, y absorbe todo lo nuevo y valioso creado en estas esferas; que es un hombre activo, creador y rico… rico en riquezas humanas. Su opulencia consiste en la plenitud de la vida humana, en la diversidad de las necesidades humanas y en la variedad de la satisfacción de estas; la suya es la opulencia de la individualidad y la personalidad en permanen­te desarrollo, en permanente enriquecimiento; sus talentos nunca descansan, sus aptitudes nunca se desaprovechan.
 
Para Marx el hombre total es un hombre completo, cuya propia realización no conoce fronteras. Es un individuo humano que no está separado por la propiedad privada de la totalidad del mundo de la cultura y la civilización. La totalidad de ese ser humano consiste en su posesión de dicho mundo total, posesión esta entendida aquí como la mayor participación  posible en la creación y el disfrute de los bienes de la civilización y la cultura.
 
El hombre total es independiente de la división del tra­bajo, que mutila, empobrece y funcionaliza a los seres humanos.  Marx comprendía la necesidad de la división del trabajo y la importancia que esta tenía para el progreso de la humanidad. No se oponía a la división voluntaria del trabajo que respetase los deseos, las inclinaciones, el talento y la indi­vidualidad de los seres humanos. Solo censuraba aquella división coactiva del trabajo, que condena a las personas a pasar toda la vida atadas a la misma noria, repitiendo las mismas tareas y desempeñando las mismas funciones. Esta división del trabajo ha “asumido una vida propia”. Se ha alienado de los seres humanos, ha restringido sus poderes, ha limitado sus vidas y sus posibilidades de elección. Por obra de esta división del trabajo, algunas personas se dedican permanentemente a actividades intelectuales, y otras, a trabajos físicos; algunas disfrutan de los productos, otras los fabrican permanentemente.  El hombre total es aquel cuyas actividades mentales y físicas forman un todo durante su ciclo vital.
 
VII. Capitalismo y socialismo
 
Al  hablar de la confrontación entre socialismo y capitalismo, debemos referirnos a la confrontación entre dos “sistemas económicos”, esto es, dos maneras distintas de organizar la actividad económica en una sociedad. Para los efectos del análisis, dejaremos  de lado, por razones de tiempo, el aspecto referido a los sistemas de gobierno.
 
La característica fundamental del capitalismo es que los medios de producción son de propiedad privada, lo que no obsta a que existan algunas empresas de carácter estatal o mixto. Esta propiedad privada de los medios de producción determina todo un sistema de relaciones económicas muy característico, con un patrón similar para muchas sociedades, particularmente en Occidente.
 
En  el socialismo, los medios de producción son de propiedad estatal. No obstante, pueden coexistir pequeños negocios de carácter familiar o de pequeña envergadura. Los trabajadores son, entonces, mayoritariamente funcionarios del Estado.
 
La confrontación entre los dos sistemas vino a ser una realidad desde el triunfo de la Revolución Rusa, y sigue existiendo, hasta el día de hoy, incluso después de la caída del Muro de Berlín, en algunos países como Corea del  Norte y Cuba.
 
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Debemos señalar que la controversia ideológica atravesó todo el siglo XX. Lo que empezó como una cosa romántica, cuando los trabajadores de todo el mundo miraban expectantes el desarrollo de la Revolución Rusa, se transformó en una realidad con su triunfo. Progresivamente, aparecía para muchos que el socialismo, entendido como sistema económico, podía ser superior al capitalismo. La gran depresión de 1929  llevó a muchos a afirmar que el capitalismo tenía sus días contados, sin embargo, no fue así, después de esta gran depresión vino una recuperación del capitalismo mundial, en un creciente proceso de globalización.
 

VIII. Los ideólogos

 
Los ideólogos del siglo XX reestudiaron, revitalizaron, complementaron y, a veces, revisaron el pensamiento marxista. Como Marx vivió en el siglo XIX,  sus seguidores del siglo XX tuvieron que desarrollar las ideas marxistas de acuerdo a la problemática y a las  condicionantes de una época distinta.  Lenin  (Vladimir Ulianov)  principal figura que lideró la Revolución Rusa, creó el concepto de dictadura del proletariado, y estableció las famosas Tesis de abril, compendio de teoría y praxis para la toma del poder en Rusia por los bolcheviques. Contemporáneo de este fue León Trotsky (Lev Davídovich Bronstein), segunda figura de liderazgo en la Revolución Rusa, autor de la teoría de la revolución permanente y organizador del Ejército Rojo. Más adelante, en nuestra realidad latinoamericana brilló con luces propias José Carlos Mariátegui, intelectual y político peruano, en la década del 30.  Antonio Gramsci, intelectual italiano, en la misma época del anterior, reestudió el tema de la cultura y los medios de comunicación como armas de consolidación del marxismo; Ernesto Guevara, revolucionario argentino, ideólogo del proceso revolucionario cubano, sustentó la tesis de establecer focos revolucionarios en las regiones más atrasadas, a la manera de Vietnam.
 
En el siglo XX, distintos acontecimientos, del más diverso carácter, constituyeron el marco sociopolítico en el cual se desenvolvió el socialismo, como lo fue la Revolución Rusa, a fines de la Primera Guerra Mundial, que surgió por el descontento generalizado del pueblo ruso con la catastrófica participación de Rusia en esta conflagración.
 
Terminada la Primera Guerra Mundial, el orden mundial se trastoca en forma total. El Imperio Austro-Húngaro desaparece. La Inglaterra colonial decae. Estados Unidos de América se consolida  como la gran potencia del siglo. El Imperio Otomano se desmiembra e irrumpen los nacionalismos árabes. Surge el fascismo, tanto en Alemania como en Italia, hasta culminar en la Segunda Guerra Mundial, a cuyo término comenzó todo un movimiento, instigado y alentado por la Unión Soviética, de descolonización. A su vez, Mao Tse-tung, ahora Mao Xedong, lidera en China un exitoso proceso revolucionario.  Francia va a perder sus posesiones en Asia. Ya a fines de los años 50, viene el triunfo de la Revolución Cubana que, contra lo esperado por muchos, no se expandió como se preveía.
 
En casi todos los procesos anteriores, el socialismo fue actor relevante. Las categorías de análisis de carácter marxista permitían explicar todos los procesos… Pero, finalmente, el acontecimiento más trascendente del siglo para los efectos de este trabajo, es la caída de los socialismos reales, a fines de los años 80. Ello constituyó, a no dudarlo, un golpe enorme para el prestigio del socialismo, del cual, por cierto, aún no se repone.
 
Algunos creen  que el mercado, estructura básica del capitalismo, se consolidó en una forma tal, luego de la debacle de los socialismos reales, que ni siquiera la última crisis capitalista podría poner en riesgo  su vigencia.
 

  1. Vigencia del marxismo

 
EI pensamiento marxista es un todo coherente con sus principios y sus postulados fundamentales. El materialismo histórico, el determinismo económico, la lucha de clases, la plusvalía, la alienación,  son conceptos que Marx  elaboró a lo largo de toda su vida, aportando elementos propios, redefiniendo conceptos de sus contemporáneos, complementando otros de épocas pretéritas. A todos Marx les dio su sello personalísimo, llegando a estructurar un sistema de  pensamiento totalizador, donde nada queda afuera, la religión, la ciencia, la sociedad, el derecho, la cultura, el arte; todo ocupa un lugar armónico en el  universo marxista.  Entonces, el desarrollo de la humanidad, por primera vez, se presentó frente al pensamiento científico como un proceso histórico natural, subordinado a las leyes generales, no obstante su complejidad y variedad.
 
Ahora, cuando el siglo XXI ha comenzado, estudiar la vigencia del marxismo es un ejercicio de suyo complejo. Y lo es, a juicio de  muchos, porque detrás hay una carga valorativa muy grande, y es muy difícil referirse con objetividad a una corriente de pensamiento cuya importancia y trascendencia resulta innecesario destacar. Así, normalmente, la ideología reemplazará a la idea, el prejuicio al juicio ponderado y sereno, el dogma al sustento racional y mesurado de un concepto. El marxismo ha sido declarado por algunos como perteneciente “al baúl de la  historia, como obsoleto, conservador y anticuado”.
 
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Para un análisis objetivo del marxismo es preciso distinguir, si nos estamos refiriendo a la concreción del ideario marxista en un sistema político,  jurídico, económico y social presente o pasado, puesto que no es posible perder de vista lo que ocurrió con los socialismos reales.
 
Ahora bien, otra cosa es lo que sucede con el marxismo como método de análisis de los fenómenos sociales. En este campo, creemos que el pensamiento marxista ha perdurado, se mantiene vigente. El determinismo económico permite entender fenómenos sociales absolutamente actuales, en que otras categorías de análisis fracasan. Así, el marxismo plantea que fenómenos como la religión, el derecho y otros pertenecen a la superestructura, y, por tanto, están supeditados a lo que ocurre con la economía. Dicho de otra manera, la economía es la que mueve la historia. Piénsese en la guerra del Golfo, Estados Unidos sostiene que ha hecho esas guerras en búsqueda de la democracia en la zona, pero resulta, casualmente, diríamos nosotros, allí había y hay abundante petróleo. ¿Y por qué no Estados Unidos no ha buscado la democracia en la empobrecida África?
 
Por otra parte, se crítica a veces al marxismo señalando que Marx no previó fenómenos como la catástrofe medioambiental, consecuencia colateral del modelo de explotación capitalista. Sin embargo, se cree que el marxismo puede explicar a cabalidad este y otros fenómenos nuevos, lo que no sucede con las conclusiones obtenidas siguiendo teorías pertenecientes a otras vertientes ideológicas.
 
Finalmente, es menester citar  a Arthur Koestler, lúcido literato, desilusionado del marxismo ya en los años 40 del siglo pasado,  quien, no obstante su desilusión, escribió algo así como que “el marxismo resulta ser el tábano cuyo aguijón ha humanizado al capitalismo”.
 

  1. El socialismo en América Latina y Occidente a fines del siglo XX

 
El siglo XX  termina con la década más pobre en actividad y en pensamiento socialistas. Los rasgos principales, en esos años, de la sensibilidad socialista son la perplejidad, la decepción, la duda;  algo así como lo que señala  el urugua­yo Rodrigo Arocena, “Después del comunismo,  la izquierda se halla en una semiparálisis”.  En los 80,  en el marco del proceso de renovación, se vivificó un pensamiento socialista inspirado en los movi­mientos sociales;  en el esfuerzo por repensar la democracia, generándose incluso un desarrollo  al amparo de la crítica al socialismo realmente existente (Deves, E., p. 177, 2004).
 
Pueden destacarse,  sin embargo,  algunos trazos positivos, con dis­tintos grados de significación. Uno de estos consistió en el recurso de afe­rrarse a algunos temas buscando allí supervivencia y legitimidad. En algunas oportunidades, pensadores socialistas o de izquierda (no necesaria­mente sinónimos) abordan estos temas como lugares a partir de los cua­les podría reformularse un discurso. Por así decirlo,  buscan pragmáticamente  puntos sensibles desde donde relanzar una ofensiva teórico-práctica que les otorgue un nicho para existir o les genere apoyo social o, co­mo dice Francisco Weffort,  para sobrevivir,  el socialismo deberá buscar una nueva “raison d’être”. Siendo una posibilidad la cuestión medioambiental, que apunta a identificar reivindicaciones socialistas con el medio ambientalismo.  Otra, es identificar el socialismo con los afanes utópicos. Otra forma consistió en despojar al socialismo de toda dureza,  precisión  o carácter, para simplemente identificarlo con los nobles valores del humanismo (Gustavo Marín), con la disminución  de la injusticia (Jorge Amado),  con la fraternidad mundial de hombres libres felices y cabales (Rodrigo Arocena).
 
Una dimensión diferente de la sensibilidad de la izquierda en el fin de siglo, es la destacada por Jorge Castañeta. Para el autor de La utopía desarma­da, “toda izquierda hoy es tendencialmente  reformista y pacífica” o, para decirlo de manera más fuerte,  aparece caducada “por ahora, de la noción misma de revolución en América”. Esta posición pacifista y refor­mista sería provocada,  piensa el mexicano,  por tres razones: “El desmo­ronamiento del Este europeo, la imposibilidad conceptual y financiera de contemplar  una ruptura con la  economía de la globalidad, y la renuencia a provocar de nuevo  fracturas sociales” (op. cit.,         p. 178).
 
Los temas del pensamiento socialista (o de la izquierda) en el fin de siglo pueden jerarquizarse,  siendo claramente el más importante la crítica al neoliberalismo,  en especial, a las prácticas del neoliberalismo,  co­mo un modelo incapaz de generar bienestar para la mayoría,  además de ser concentrador de la riqueza, crítica que se ha hecho extensiva a la globalización (globalización  neoliberal) como fenómeno  a medias  identificado con el antiguo imperialismo. Numerosos autores han insistido en este aspecto,  aunque obviamente  no siempre desde la misma perspectiva: Octavio Ianni,  Francisco Weffort,  MarilenaChaui, Emir Sader, en Brasil; Enrique Ubieta, en Cuba; José Arico, Hugo Biagini, Eduardo Bustelo,  Al­berto Minujin, Atilio Doran,  Beatriz Sarlo,  Arturo Roig, en Argentina; Aníbal Quijano,  en Perú; Fernando Calderón, en Bolivia;  Edgardo Lander, en Venezuela; Agustín Cueva, en Ecuador; Ricaurte Soler, en Panamá; Daniel Camacho, en Costa Rica; Alejandro Serrano Caldera, en Nicara­gua; Tomás Moulian y Rodrigo Alvayay, en Chile, y Pablo González Casa­nova,  en México.
 

  1. Socialismo y micropoderes

 
Una innovación de los postulados socialistas de fin de siglo, en búsqueda de un espacio y de un nuevo discurso,  se encuentra en la adopción del foucaultismo,  con el discurso de los micro poderes. El cam­bio de las estructuras y la necesaria hegemonía sufren al menos una reinterpretación e incluso una suplantación a partir de la idea de la construcción de los micro poderes: genéricos,  étnicos,  etarios. Las agrupacio­nes socialistas acogen y se hacen eco de las reivindicaciones de sectores que reclaman justicia sociocultural y calidad de vida a nivel planetario. En este esquema, el tema de la democracia como participación y ac­ceso al poder, es también reinterpretado como derecho a la diferencia. De  este modo,  el discurso del socialismo se encuentra con el del liberacionismo, contribuyendo a darle un nuevo rostro a las posiciones de la izquier­da latinoamericana y occidental. A este respecto, Benjamin Arditi postu­la que “el pensamiento progresista contemporáneo se caracteriza,  entre otras cosas,  por el apoyo inquebrantable al derecho a ser diferente”. Ex­plicita esta afirmación al decir que el impulso inicial del compromiso con la diferencia -cuya expresión programática se conoce como “política de la identidad”- fue la defensa de grupos marginados o subordinados, en vir­tud de su diferencia,  por el racismo,  el sexismo, la homofobia y el clasis­mo dominantes y, a la vez, la conquista de un trato igualitario de esas di­ferencias dentro de la sociedad”.
 
Esta perspectiva, que mira  las cosas desde los micropoderes y lo cul­tural,  es, probablemente,  lo más novedoso de los planteamientos de la iz­quierda en las postrimerías del siglo XX. Esto ha llevado a pensar en el poder, como forma de dominación que no puede explicarse únicamente a partir de la orga­nización del trabajo, haciendo por ello decaer la noción monista del so­cialismo. Este cambio ha llevado a modificaciones como las propuestas por Adolfo Sánchez Vásquez, quien sostuvo que  el proyecto marxista de emancipación tiene que tener presente una nueva relación entre el hom­bre y la naturaleza” o que la “liberación nacional o femenina no pueden ser alcanzadas, como Marx y el marxismo han sostenido, al resolverse las contradicciones de clase”, debiendo, por ende, “abandonarse semejante reduccionismo de clase”.
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El abandono de un Marx duro, marcado por Friedrich Engels y Lenin; el abandono del clasismo e, incluso, el abandono de Antonio Gramsci, tan citado en los 80 como desaparecido en los 90 -han sido correlativos del surgimiento de las teorías sajonas de la democracia y la justicia como, en casos, de la inspiración en Michel Foucault con la focalización en lo micro,  en lo doméstico, hace imposible pensar un proyecto de corte continental o mundial, siendo, desde ciertas perspectivas, un bloqueador para pensar construc­tivamente, un mundo globalizado. Pero incluso desde una inspiración en las teorías políticas sajonas, más funcionales a pensar algo así como “un nuevo orden mundial socialista”,  salvo excepciones, no se ha apuntado hacia allí. En tal sentido, el pensamiento socialista de los 90 se ha reali­zado mucho más como preguntas y críticas, que como propuestas. Y  cuando se ha querido realizar como propuesta, ha quedado más apega­do a los grandes valores (solidaridad,  humanismo) que a los programas  socio-económico-políticos. Por esto mismo,  no ha sido tampoco capaz de enfrentar el tema de la integración continental, y menos en términos eco­nómicos,  contentándose en ocasiones con lo cultural (op.cit., pp. 179-181).
 

XII. Hacia el siglo XXI

 
Al finalizar el siglo XX,  A. Touraine plantea que “La democracia no encierra simplemente un conjunto de garantías institucionales, individuales, colectivas, ni se basa únicamente en las leyes, sino, sobre todo, en una cultura política orientada a la individuación, y donde la mejor manera de definirla es combinando el pensamiento racional, la libertad personal y la identidad cultural. La cultura democrática se define como un esfuerzo de combinación de la unidad y la diversidad, de la libertad y la integración” (Touraine, A., p. 26, 1998).
 
Para Giddens, la democracia pluralista es hoy el ideal político universal, con la importancia que van adquiriendo las instituciones supra y plurinacionales, y la exigencia de una profundización democrática en todos los niveles de opinión, presión, agitación y participación. Los riesgos económicos, sociales y ecológicos globales demandan alguna forma de “democracia global” (Giddens, A., p. 154, 2000).
 
La estrategia revolucionaria predominante en el siglo XX fue víctima de un fatal malentendido, de una destructiva dualidad entre discurso doctrinario libertario y práctica política efectiva, que reforzó el poder estatal. El foco declarado era que la revolución se tomaba el Estado anterior para destruirlo y construir otro, cuyo régimen político era una democracia de base, concretizada en la existencia de soviets que se escalonaban desde abajo hacia arriba. Mas, el poder en vez de descentralizarse se concentró  en el Estado, más aún que  durante el dominio burgués. Se trató de un poder voraz que, como ya se ha dicho, cubría todas las esferas, no solamente abarcaba el ámbito de la economía, a través de la planificación centralizada y la gestión por mandato, sino también la política, con la fusión entre partido-Estado y con la direcci6n total de la cul­tura. Por tanto, era un poder omnímodo, que regía el arte, la ciencia y el mundo de las creencias de los individuos.
 
Las dos estrategias de la izquierda del siglo XX constituyeron puntos separados y distantes, pero del mismo continuo, el del estatismo, pertenecieron  a la misma especie, aunque no a la misma familia. Para ambas políticas el Estado representó el núcleo central. En el caso de los socialismos reales, efectiva­mente se destruyeron los estados precedentes para reconstruir, a contrapelo de la teoría, la forma máxima del Estado providen­cia, es decir una especie de Estado dios, castigador y proveedor.
 
Los experimentos socialdemócratas o reformistas cons­truyeron estados de bienestar, más laicos que los anteriores y menos globales, pero a los cuales se les atribuye la capacidad de otorgar felicidad hedonista, con lo cual en vez de desarrollar sujetos políticos,  desarrollan clientelas en búsqueda de confort u organizaciones corporativas que identifican el interés propio con el general. En todo caso, son experimentos exitosos como estados de bienestar, donde se han conjugado el bienestar social con la democracia política. La duda actual es si desde un punto de vista económico estos  estados podrán indefinidamente soportar la presión en inversión y gasto social.
 
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El socialismo del siglo XXI debe abandonar el error del siglo XX, la estadolatría o culto al Estado. En un caso, ese culto produjo muertes e internalizó un temor atávico; en el otro, castró la energía social. El Estado no debe escribirse con mayúscula. No es ni el origen de toda decisión política, ni el tabernáculo de un poder fundante del orden, ni el único o mejor regulador del mercado, ni el depositario de la racionalidad, por tanto, no es el objetivo (positivo) de la política ni el centro ha­cia el cual debe orientarse la acción de cambios, no representa el núcleo. El Estado es siempre equívoco, instala un simulacro de universalidad, con lo cual dota de legitimación a los intere­ses particulares que representa. No existe tal universalidad como algo esencial y preexistente, lo que hay es la construcción de una coexistencia que proviene de acuerdos entre intereses dis­tintos y que requiere de una constante deliberación.
 
Una política socialista debe recuperar de forma nueva el ideal originario de la desestatización. EI mejor Estado es aquel desde donde se puede combatir contra el propio Estado, desarro­llando la asociatividad de ciudadanos, trabajadores, productores. A esa estrategia política de lucha contra el capitalismo, distinta de la forma revolucionaria o de la forma reformista, se la puede denominar transformación. Ella es distinta de las dos políticas anteriores, aunque puede coincidir en algunos aspectos. La diferencia central con la política revolucionaria con­siste en que no busca la toma del poder para destruir el Estado existente y poder instalar una nueva dictadura política. La es­trategia de transformación democratizadora del capitalismo se  niega a instaurar  un régimen de dictadura, aunque sea esta la dictadura  del proletariado, porque desconfía de todo refor­zamiento, incluso provisorio, de la dominación política.
 
La política de transformación busca evitar por todos  los  medios la guerra a muerte. Evitar la guerra a muerte tiene dos  significados: evitar perder,  lo que sería muy probable dada la correlación de fuerzas a nivel mundial, pero también (y eso es lo más importante) evitar ganar, porque el triunfo lleva al pacto con Le­viatán, significa caer prisionero para siempre de la cultura de la guerra a muerte. Lo dicho no es un juego de palabras, es apuntar a la tragedia de violencia que ha cubierto la historia y también a la ferocidad de la violencia burguesa. La experiencia histórica no solo ha mostrado que en el socialismo nunca hubo real socialización de  los medios de producción, sino también que las revoluciones so­cialistas nunca pudieron superar su marca de origen y siempre debieron afirmarse sobre la coerción; nunca lograron construir una democracia participativa porque la guerra a muerte nunca amaina, es perpetua. No finalizó con el término de la guerra civil provocada por los enemigos de la Revolución Rusa. En la postguerra se prolongó en la Guerra Fría, anulando todos los esfuerzos de las economías socialistas para orientarse a mejorar el nivel de vida de sus pueblos.
 
“La guerra a muerte es un dato, es el sueño transmutado en pesadilla; es, pues, un dato que obliga a pensar en el socialismo sin ilusiones. El nuevo socialismo busca, como realización de su  proyecto, desarrollar la máxima democratización, aunque ello signifique sustituir la ilusión del fin del Estado por la máxima socialización del poder y el fin de la explotación a través de  una economía distributiva y de sujetos económicos” (Moulian, 2001:112).
 
EI nuevo socialismo conserva esa vocación antiesta­tista, y se propone buscar activamente que el Estado devengue en semiestado, sin creer, sin embargo, que este pueda extinguirse.
 
Para entender las razones de ese giro es necesario discutir la definición funcional del Estado. Efectivamente, el Estado es siem­pre un instrumento de dominación, blanco, por tanto, de sospechas, por el concurso de tres cuestiones principales: a) administra un orden social que privilegia los intereses particulares de ciertas cla­ses, b) busca legitimar ese orden como orden universal, respecto al cual pretende generar consenso, y c) separa al pueblo del poder político, concentrando en la cúpula los poderes de decisión respec­to a los fines y a la combinación de medios para alcanzarlos.
 
La misión básica del Estado es realizar la operación de hacer pasar un orden socioeconómico que favorece los intereses de ciertas clases, como un orden natural, bueno para el conjunto de la sociedad, y tener la capacidad para realizar esas misiones recurriendo más a la persuasión que a la represión o al disciplinamiento,  ese es el gran éxito del Estado.
 
Uno de los principales objetivos de una política de transformación del capitalismo es el combate por una democracia política plena, la lucha por ampliar las fronteras de la libertad política, de la representación y de la participación,  que otorga la democracia liberal. Una de las maneras a través de las cua­les el Estado deviene semi-Estado, para seguir usando la metáfora de Lenin, es mediante la socialización del poder po­lítico. Esta se realiza a través de un doble movimiento de fragmentación y esparcimiento de ese poder, orientándose ambos movimientos a limitar la distancia entre gobernantes y gobernados. Esto significa pasar de una democracia solamen­te representativa a una democracia participativa.
 
Una democracia participativa,  materializada en una so­ciedad concreta,  supondría por lo menos estas seis formas de arreglo institucional: a) fragmentación y esparcimiento del po­der político para crear espacios de participación activa, b) iniciativa popular en materia legislativa, c) democracia interna en los partidos y politización de sus debates, d) espacio pú­blico abierto y plural, compatible con una sociedad deliberativa, e) funcionamiento de asociaciones autónomas de resguardo de los derechos humanos, de tipo político, f) reforzamiento de la libertad personal de decisión sobre materias morales.
 
No debe buscarse en estas proposiciones un valor des­criptivo. No se trata de la escritura de una Constitución, sino de indicios que permiten visualizar horizontes de lucha. Además, tampoco se trata de crear un cierre. Una democracia participativa no se agota, ni mucho menos, en los ejes de sentido mencionados ni menos en las propuestas institucionales con­cretas. Estas últimas son meras hipótesis de trabajo (Moulián, Tomás, pp.109-123, 2001).
 
La palabra democracia tiene dos significados para Chomsky (p. 44, 1994), uno es su acepción real y, el otro, el opuesto. El opuesto es el que se utiliza con propósitos de  control ideológico.
 
Para el sentido común, la democracia es un sistema político que ofrece la posibilidad de que la generalidad de la población juegue  un papel significativo en la administración de los asuntos públicos En el sentido de democracia que se utiliza  para control doctrinal, en contraste, la sociedad es democrática cuando imperan los procesos empresariales sin interferencias de la población inoportuna. Por supuesto, la primera significación de democracia siempre ha sido una amenaza para las elites.
 
Jacques Geneviève (p. 48,2009) señala que le corresponde al movimiento de derechos humanos desarrollar las normas y mecanismos jurídicos y éticos para el respeto, la protección y la realización de los derechos fundamentales sean garantizados a todos y utilizar  sus capacidades y experiencias en la movilización de  la opinión pública en el ámbito de los  derechos económicos, sociales y culturales, como lo ha hecho para los derechos civiles y políticos.
democracia-participativa
El desafío es determinar, a nivel de cada nación y a nivel internacional, cuáles son los dominios donde es necesario y posible actuar ahora, inventando nuevas respuestas adaptadas a las nuevas relaciones de fuerza y a los nuevos actores. Será necesario encontrar un lenguaje que motive las energías capaces de convocar a la opinión pública a movilizarse para defender y promover los derechos humanos fundamentales, amenazados en estos tiempos de ruido y miseria. Las libertades y los derechos humanos no progresan nunca por sí solos.
 
Mirando al futuro, Moulian (pp. 154-174, 2009) nos presenta un proyecto pensando en Chile, pero con las precauciones necesarias de general aplicación, donde entrega direcciones, objetivos generales, señales y huellas para el futuro  Tratando de construir un mapa donde se indican caminos y sendas en el terreno. No se trata de soñar una sociedad perfecta, sino de una sociedad perfectible, donde aparezcan signos de perfeccionamiento de la  democracia, sus elementos se indican a continuación:
 

  1. a) Una sociedad deliberativa

 
Un sistema democrático implica que existe un Estado de Derecho, pero debe ser más que eso, o será puro discurso sobre derechos que no serán reales, careciendo de otros elementos que también definen una democracia, como son representación y participación.
 
La primera tarea, en el caso del desarrollo de la democracia chilena, debe ser convocar a una Asamblea Constituyente, donde el gran tema sea  la transformación de la democracia representativa en democracia participativa.
 

  1. b) Una sociedad descentralizada

 
El Estado chileno debe transformarse en un Estado con autonomías regionales. El objetivo central es buscar la descentralización. Es necesario estimular las prácticas deliberativas de los ciudadanos,  construyendo espacios de participación, para ello se requiere  desterritorializar el poder.
 

  1. c) Una sociedad ideológica, pero tolerante

 
La recuperación de las ideologías y los partidos es una condición de  existencia de una democracia. Cuando los partidos caen en la tentación neoliberal de la negación de las ideologías, se produce su crisis, y con ello se deriva hacia una democracia técnica, concebida como mero ajuste entre economía de libre mercado y régimen representativo, con restricción de la libre soberanía de la mayoría.
 
La democracia que se postula es aquella  en que la comunidad política está en una continua revisión de sus objetivos, aquella de la libre soberanía de la mayoría, que el neoliberalismo niega por temor. En esa democracia deliberativa, por ser indispensables las ideologías como cuerpos de justificación y reflexión sobre los proyectos, la tolerancia se transforma en una indispensable virtud política.
 
La tolerancia es la virtud política que permite conciliar creencias fuertes con conflictos regulados, que se mantienen en el plano del enfrentamiento cívico,  y donde ninguna fuerza aspira a la desaparición del adversario.
 

  1. d) Una sociedad de emprendedores

 
Una sociedad de emprendedores es aquella donde los  ciudadanos toman conciencia de que la dirección de la economía es asunto de ellos y no una  cuestión de los empresarios y los tecnócratas. Luchar por hacer participativa la gestión de las empresas es pensarse como emprendedor.
 

  1. e) Una sociedad con mentalidad industrializadora

 
Una política de exportación de manufacturas capaz de competir en los mercados externos requiere reajustes importantes en las relaciones entre Estado y mercado, se necesita un Estado activo  pero industrializador, que resguarde esa actividad en los tratados internacionales que suscribe.
 
El desarrollo industrial necesita: a) Una política orientada a la exportación, que implica una refundación de la CORFO (Corporación de Fomento de la Producción). b) Inversiones destinadas a la preparación de recursos humanos de nivel técnico y universitario, y c) Despliegue de una política de inversiones en ciencia y tecnología.
 
Se desea modificar la educación y construir nuevas escalas de prestigio social,  que valoricen las manualidades, las destrezas técnicas, la habilidad mecánica por sobre la capacidad burocrática  de la sociedad de servicios tradicionales.
 
Resulta necesario que estos problemas sean asumidos por los ciudadanos, recogidos por los partidos y convertidos en temas de deliberación pública, porque son un problema central de la política de desarrollo.
 

  1. f) Una sociedad con libertad moral

 
El aspecto positivo de los procesos de despliegue del individualismo contemporáneo tiene que ver con la individuación, que es el desarrollo de la capacidad de los individuos de ejercer su autonomía moral por encima de los valores gregarios, de las imposiciones eclesiásticas o de las costumbres transformadas en hábitos. En Chile, se está lejos de poseer esa libertad, pues la Iglesia Católica y ciertos medios de comunicación ejercen verdadero terrorismo moral.
 
La sociedad debe permitir que los individuos puedan decidir libremente sobre las opciones de reproducción, sobre las opciones sexuales, sobre las opciones matrimoniales.
 

  1. g) Una sociedad solidaria

 
Se requiere un desplazamiento desde el eje del tener al eje del ser, porque la solidaridad ha desaparecido y prima la posición del individuo autorreferido, cuyo derecho al confort, a los placeres e incluso a la ostentación de su riqueza no conoce límites.
 
La solidaridad tiene pleno sentido en una cultura del ser, en la cual la integración social recupera su importancia valórica,  no solo funcional, y donde el individuo se piensa integrado a otros. El principio de la solidaridad apunta hacia la  optimización de la combinación de la libertad con la igualdad. La profundización democrática no será posible sin el desarrollo de una cultura de la solidaridad; la auténtica democracia  se debe materializar en una mayor igualdad, que debe combinarse con la libertad, lo cual implica resignificar la jerarquía de prioridades.
 

  1. h) Una sociedad expresiva

 
Lo fundamental es poder tener la oportunidad de desarrollar las capacidades expresivas, todos los que lo deseen deben poder hacer poesía, teatro, música, danza, video, literatura, pintura o artes visuales. El derecho a la expresividad, a desarrollar las facultades creativas, tiene que constituir una reivindicación central de los movimientos ciudadanos.
 

  1. i) Una sociedad sin miedo

 
Norbert Lechner afirma que “el fin de la dictadura es el fin de la represión, pero no del miedo”. A su vez, Moulian, respecto de Chile, señala que La existencia de traumas asociados a la experiencia pasada, materializada en cicatrices que permanecerán de por vida porque hubo victimización y daño, necesita de una política de la memoria.
 
La sociedad chilena parece haber perdido la capacidad de experimentación, a pensar futuros posibles, siendo responsable de ello la matriz económica de mercado más una democracia representativa de baja intensidad. Existe un miedo generado por el funcionamiento  de la economía liberal. Los bajos niveles de organización y de conflictividad laborales expresan el pleno sometimiento de la fuerza de trabajo que ha conseguido el capital.
 
Otro aspecto en la misma dirección es la resultante indirecta del predominio neoliberal. Una sociedad que de manera estructural tiende a desintegrar y que por su cultura tiende a fragmentar, es comprensible que genere niveles mayores de delincuencia. Si se agrega la importancia que los medios de comunicación y ciertos aparatos ideológicos le asignan al tema, se aumenta el pánico social y en ocasiones se busca de manera premeditada sobredimensionar los niveles de delincuencia, evitando mostrar que en muchos casos constituyen formas de  realizar con medios anónimos los fines institucionalizados.
 

  1. j) Una democracia generalizada

 
El mercado y la democracia auténtica tienen inevitablemente conflictos,  porque la segunda reconoce derechos universales que no dependen del acceso al dinero, como son el derecho a la educación, a la salud, a la cultura, a la vivienda. Un combate por generalizar la democracia es también una lucha anticapitalista, la cual persigue el lucro, mientras la democracia insiste sobre las necesidades.
 
La democracia generalizada no sacrifica  la libertad a la igualdad y no acepta que una burocracia iluminada conceda desde arriba los beneficios.  La sociedad democrática es una sociedad de sujetos sociales, que siempre están explorando la posibilidad de más libertad y mayor igualdad.
 

XIII. Consideraciones finales

 
Conforme a nuestra visión del hombre, de la sociedad y de la vida misma, podríamos estar de acuerdo en que los regímenes marxistas no constituyen la única solución alternativa y determinante, en la evolución histórica, al actual sistema capitalista o neocapitalista, ya que existen otros sistemas democráticos que también postulan soluciones a los problemas que afligen a los pueblos.
 
Indudablemente, el neoliberalismo ha creado una sociedad en que capital y trabajo son términos antinómicos. Sabemos, igualmente, que el trabajo creador, en cualquiera de sus formas, es la fuente generadora del mayor capital existente, y ese no es otro que el hombre, y en ese contexto no podría aceptar las desigualdades sociales y económicas que convierten al hombre en esclavo del hombre.
 
De igual modo, corresponde mencionar que existen ciertos postulados ideológicos que se deberían examinar con sumo interés. Estos postulados son: el estudio racional y científico del mundo natural y social; la concepción de que el centro del universo es definitivamente el ser humano; que las manifestaciones espirituales son una expresión de la evolución material y  de relevante importancia en la vida individual y colectiva; la aspiración a una sociedad igualitaria, en que el hombre pueda tener las mismas posibilidades de desarrollo, con libertad de expresión, que involucra, desde luego, el respeto por las ideas de los demás.
 
Frente a posiciones contrapuestas, resulta de particular interés el examen que debemos hacernos respecto a un tema muy propio del ser humano, y que es el relativo al trabajo, actividad que constituye el medio que ha permitido pasar de la animalidad a lo humano. El trabajo es un instrumento de perfección y perfectibilidad humanas, que no debe considerarse nunca como una mercancía sujeta a las leyes del libre mercado, sino que debe tener su justa participación en el proceso productivo como su elemento más importante.
 
lenin
Asimismo, en estas consideraciones se hace necesario destacar el trato equitativo que debe otorgarse al trabajo, tanto físico como intelectual, por constituir ambos la expresión de la voluntad humana,  siendo ellos vitales y necesarios para una digna y constructiva existencia individual y social.
 
Para concluir, valga expresar que sin identificarse con una determinada doctrina política, debiendo aceptar que estas son y serán creadas por hombres inspirados en solucionar los problemas de cada pueblo en cada  momento de su historia, en función de las circunstancias culturales, económicas, sociales u otras predominantes, y que, modificadas aquellas circunstancias, las doctrinas se vuelven inoperantes u obsoletas, y necesitan ser reemplazadas por nuevas doctrinas para dar solución a las también nuevas dificultadas que emergen en la sociedad.
 
En este contexto, un camino que debiera explorarse es lo planteado por la democracia participativa, donde las comunidades y las personas que la integran participan activamente y deciden su futuro, dentro de un bosquejo político, social, cultural, económico, ético y de tolerancia.
 
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
 
 
Ø  Chomsky, Noam, “Política y cultura a finales del siglo XX ”Argentina, 1994. Edit. Ariel, Argentina 1994
Ø  Devés, Eduardo, “El pensamiento latinoamericano en el siglo XX”, tomo III, Ed. Biblos, Buenos Aires, 2004.
Ø  Fritzhand    Marek, “El ideal de hombre según Marx”, Humanismo socialista, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1966.
Ø  Fromm, Erich y otros, “Humanismo socialista”, Edit. Paidos, Buenos Aires, Argentina, 1966.
Ø  Geneviève, Jacques, Resistencias contra la impunidad de los crímenes económicos”, LOM, Chile, 2009.
Ø  Giddens, Anthony, “Un mundo desbocado. Los efectos de la  globalización en nuestras vidas”, p. 154, Taurus, Madrid, 2000.
Ø  Marx, Karl y Engels, F.,  “Manifiesto comunista” (1848), Ed. Ayuso, Madrid, 1975.
Ø  Schaff, Adam, “El marxismo y la filosofía del hombre”. Humanismo socialista, Edit. Paidós, Buenos Aires, 1966.
Ø  Moulian, Tomás, “Socialismo del siglo XXI.  La quinta vía”, LOM, Chile, 2001.
Ø  Moulian, Tomás, “Contradicciones del desarrollo político chileno 1920-1999”, LOM, Chile, 2009.
Ø  Touraine, Alain, “¿Qué es la democracia?”,  primera edición, Fondo de Cultura  Económica de Argentina, Buenos Aires, 1998.
Ø  Vranicki, Predrag, “El socialismo y el problema de la alienación”, Edit. Paidós, Buenos Aires, 1966.

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