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“Ni con AMLO habría cambio verdadero”: Julio Hernández ‘Astillero’

El gran problema de México es que las instituciones funcionan de una manera en que hacer que cambien las cosas no depende de un caudillo. En 2018, aunque ganara Andrés Manuel López Obrador las elecciones no lograría un cambio, porque este país ya tiene una condiciones difíciles de cambiar, asegura Julio Hernández “Astillero”, quien por más de dos décadas ha escrito la columna cuyo nombre acepta ya como mote.
“El voto ha sido un engaño largamente sostenido. Que en 2018 cambien las cosas nomás por las elecciones, no lo creo. Ni siquiera aunque llegara López Obrador, en quien mucha gente deposita la esperanza de un cambio profundo. Hay condiciones estructurales, contractuales, internacionales, que van a un caos en México si el siguiente presidente de la República no se pliega a los intereses de esos factores de poder”, detalla.
Hernández acaba de presentar su libro “Encabronados”, un escrito que resume las condiciones que han originado el enojo social, con una serie de testimonios y testigos directos de la corrupción. En la pluma de Hernández se pinta un México desde la transa y el cochupo que da pie a todas las historias de exgobernadores y políticos varios implicados en escándalos.
Pero no todo es señalamientos, también hay un mea culpa que tenemos que reflexionar todos los mexicanos porque no solo hemos sido víctimas, también estamos implicados en el cochinero y debemos de aceptarlo y cambiar las cosas para la siguiente generación, insiste.
“Quienes pertenecemos a esta generación somos una generación fallida, que permitió que se instalaran y se mantuvieran los peores vicios de un sistema político. No logramos hacer ningún cambio de verdad en este país y lo que estamos heredando a las nuevas generaciones es un país en desgracia, colapsado, lleno de corrupción y con una barbarie generalizada que hacen algunos mexicanos a lo largo del país, es de un talante tan deshumanizado, tan bárbaro, tan salvaje, que parece increíble que haya mexicanos que sean capaces de cometer las atrocidades y crímenes, destasamientos, decapitaciones, torturas, pero tanto de órganos del gobierno, policías militares y marinos, como también de los grupos criminales. Todo esto va a ser un legado que llevará tiempo en cambiar”, asevera el periodista.
México pagará los platos rotos por las últimas decisiones de gobierno, dice. Una de ellas, el lanzamiento de una guerra oficial contra el crimen organizado.
“Hoy hay una generación de niños y adolescentes mexicanos que viven en el odio derivado de que a sus familiares los mataron, los destazaron o que sus familiares lo hicieron.
“Hay una generación ya dañada que no va a ser desplazada solamente con discursos. Se necesitan cambios muy profundos que son proporcionales al tiempo que hemos dejado que avance todo este desorden en México, que verdaderamente nos exhibe a nivel mundial como un país de un gran atraso y de una conciencia y un espíritu cada vez más degradado.
“Una de las consecuencias de la declaración de la guerra contra el crimen organizado -que hizo Felipe Calderón y ha sostenido Peña- es que la gente sabe que existe el riesgo de que el crimen organizado -el real y el ficticio- golpee a los candidatos que traten de hacer cambios en la comunidad. Hoy el crimen organizado veta candidatos, promueve candidatos e impone candidatos”, considera el autor de “Encabronados” (Planeta, 2017).
Los discursos, las campañas, los candidatos, los partidos y las elecciones se han convertido en un instrumento de mediatización social y de postergación eterna del cambio verdadero.
“Simplemente, a través de toda esta fórmula del ritual de ir a depositar el voto cada tres o seis años se ofrecen paraísos que no existen. Pero el fondo no es solamente el sistema político, el fondo también está en la actitud de nosotros los mexicanos, que muchas veces reaccionamos con indolencia, con poca participación”, sentencia.
Todas estas desatenciones han hecho que el enojo social se desate. Las autoridades antes “medio mantenían” la situación de las cosas y hay la percepción de que hoy solo se dedican a fregar a la gente y a enriquecerse con un discurso que ya pocos se creen.
“Del encabronamiento individual, que suele darse por muchas circunstancias, hemos pasado al encabronamiento social, que proviene del hecho, no sólo del hartazgo, de las fórmulas del trabajo político de las élites, no solo encabronamiento por la incapacidad institucional para solucionar los problemas, sino un encabronamiento porque en lo inmediato pareciera que no hay un horizonte promisorio, como que no hay salida. Todo está tan echado a perder que, por más que le muevas y remuevas las cosas van a seguir estando igual”, apunta el columnista.
Para “Astillero”, la forma en que se mantienen en México las partidos y las instituciones solo sirven para mantener el botín en el poder de algunas élites. Esto ha generado el hartazgo como el que se suscitó con el alza en los precios de las gasolinas.
“La conciencia social entra más rápido por el bolsillo. Por más que se diga y se haga y se expresen las cosas, a veces cuando la gente siente en su nivel de vida, sobre todo en la clase media, que suele vivir con el engaño de que las cosas pueden mejorar y que como quiera puedes salir adelante. Pero cuando esa clase media siente el golpe, el impacto, en su bolsillo y en su manera de vivir, empieza una reacción adverso. Pero como lo vimos, el enojo por el gasolinazo fue efímero”, relata.
Hernández lamenta que en 20 años que tiene de escribir “Astillero” en La Jornada, no ha visto un verdadero cambio social debido a la elección de un aspirante que se diga reformista. No Juan Sabines en Chiapas, ni Gabino Cué en Oaxaca, tampoco Ernesto Ruffo Appel en Baja California. Lo urgente es un cambio en la conciencia social mexicana.

“Si en 2018 llega el candidato de la preferencia de las mayorías, sea López Obrador, un candidato panista o eventualmente ya poniéndome kafkiano, un priista reformador que generara la esperanza de un cambio desde adentro del sistema y la gente votara por él.
“Si esas fueran las circunstancias, el punto está en que el poder organizado de los factores de la élite económica y política son más fuertes que los de la gente. La gente no ha sido organizada para promover y sostener un cambio. Solo para votar. Esa es una de las culpas del sistema político actual”, sostiene el autor de Encabronados.

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