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La tierra cruje | Hugo Rangel Vargas

Con dolorosas consecuencias, la tierra nos ha mostrado una vez más su rostro violento. Constituido por bloques que se mueven de forma permanente generando fricciones entre ellos, desde hace millones de años el planeta de pronto cruje en su reacomodo y evidencia lo pequeña y frágil que es nuestra existencia.
Pero el ser humano desafía a la naturaleza con su naturaleza misma. La evolución de los homínidos primitivos de los cuales derivó la existencia del actual ser humano, así como la historia de la cultura, las ciencias, la tecnología y el arte; no son sino la crónica de la permanente lucha de nuestra raza contra el entorno.
Nos hemos impuesto como especie en los lugares más agrestes y hemos logrado sobrevivir y llevar nuestros instrumentos allende la biosfera terrestre. Hemos llegado a la cifra de más de 7 mil millones de individuos que consumen recursos de este generoso e impetuoso tercer planeta del sistema solar. Con todo y pese a ello, la vida aquí nos pasa de cuando en cuando un recordatorio y una factura que pagamos con sangre y con retrocesos en nuestra infraestructura y economía.
El reto de la sobrevivencia acicatea nuestro talento como género, nos demanda la humanizante colaboración entre individuos y nos hace desarrollar habilidades en las fronteras de nuestras capacidades. Sí, la solidaridad y la cooperación son el más grande desarrollo de nuestra especie y quizá los factores que permitieron la evolución del homo sapiens.
Hoy los seres humanos volvemos a darnos una lección de ello y nos recordamos por qué estamos aquí y por qué somos exitosos en la cadena evolutiva. La tierra crujió y nuestros dientes también. Pero a ese chirrido le siguió el de cientos o quizá miles de pies que comenzaron a andar entre los escombros y el de muchos dedos que removían piedras en busca de alientos aún palpitantes entre las ruinas.
El estruendo, que llegó nuevamente en el significativo 19 de septiembre, no sólo hizo vibrar el suelo de la ciudad de México y de otras regiones del país, ni el que le precedió por días no sólo removió la capa terrestre de Oaxaca y Chiapas; ha hecho mucho más: nos ha obligado a ceder frente al otro y a poner a cientos de jóvenes del lado de su prójimo al punto tal de olvidarse de sí. En síntesis, nos ha llevado al éxtasis del amor.
Pasan las horas y las conciencias siguen removiéndose con maravillosas réplicas de solidaridad. Estamos en el centro del mundo por unos días y el abrazo de seres humanos de otras latitudes nos exhibe como parte de esta singular tribu que desde hace miles de años comenzó a poblar este pequeño globo azul que flota sin rumbo entre una inmensa galaxia.
La tierra ha lanzado a nuestras conciencias el recordatorio de nuestro minúsculo ser, pero ese grito ha sido apabullado por la grandeza de nuestro poder creativo y de la capacidad desplegada por nuestra agregación de brazos, pies, corazones y mentes. Juntos, codo a codo, nos estamos volviendo a imponer a la naturaleza y nos atrevemos a tocar a dios con un dedo.
Pasaran los días, la memoria grabará para la historia los terremotos del negro septiembre mexicano del 2017 y habremos puesto en los relatos del futuro un pago más de sangre a cuenta de nuestro paso por el planeta tierra. La lección a aprender y a emprender, sin embargo, será la de que nuestra solidaridad nos hace tan grandes como el obstáculo que queramos vencer.
Resulta muy probable que la conciencia que se ha reanimado entre el hermoso pueblo mexicano nos lleve en los próximos meses a escribir una de las grandes páginas de nuestra historia.
Twitter: @hrangel_v

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