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Peter Sloterdijk / La ira en los tiempos del capital. O de cómo se detuvo el motor de la historia

Por Susana Bozzetto
El polémico pensador contemporáneo Peter Sloterdijk recolecta en su libro “Ira y Tiempo” reflexiones acerca del papel que ha jugado la ira en la historia de la humanidad como factor político y psicológico.
A continuación se recogen las ideas centrales para indagar en lo que sucede en el mundo de hoy que, encerrado en aquel Palacio de Cristal del que hablaba Dostoievski en sus memorias del subsuelo,no consigue ni reanudar el curso de la historia ni saciar sus deseos en su estado del bienestar. Todas estas incomodidades asociadas a “la crisis” que se siguen desatando en distintos países alrededor del mundo no genera más que protestas dispersas que hablan más del alcance tecnológico a la hora de transmitir mensajes instantáneos que de una reactivación del colectivo iracundo en favor de un cambio del sistema.
A modo de introducción
La evaluación de la historia de Occidente que propone el filósofo Peter Sloterdijk en su obra Ira y Tiempo, devela el papel que ha tenido la presencia de la energía thimótica, tan importante en la mitología antigua y tan aparentemente olvidada en la cotidianidad. El thymos es esa parte de cada persona, una especie de órgano según el autor, del cual provienen las emociones relacionadas con el orgullo, la dignidad y el valor de sí mismo.
En la mitología antigua, las energías thimóticas dieron lugar a epopeyas que narraban los actos de los hombres en batalla, quienes poseídos por emociones incontrolables luchaban y daban su vida a cambio del honor. En el verso introductorio de La Iliada, considerada como el inicio de la tradición europea, aparece la palabra “ira”, descrita como causante del dolor de los aqueos, que embota al héroe Aquiles de una cólera incontrolable y lo conduce en su desenlace a la muerte. Esta historia tiene su rapsoda, Homero se encarga de cantar los versos que se narrarán a partir de entonces para que generación tras generación se mantenga el culto al héroe. A pesar de ello, el hombre de hoy, de oficina y corbata, está muy lejos de verse representado por dicha tradición: “Ningún hombre moderno puede retrotraerse a una época en la que los conceptos ‘guerra’ y ‘felicidad’ formaban una constelación llena de sentido” (1)
Sloterdijk no pretende hacer una crítica a los impulsos thimóticos ni una búsqueda del punto medio necesario que permitiría civilizarlo, a la manera en que lo ha propuesto Fukuyama (2) en su libro sobre el fin de la historia, donde muestra cómo puede desatarse el thymos y salirse de control, desplegando en el hombre su deseo de dominar. Se trata de exponer el camino que ha llevado al hombre iracundo a cometer los actos más atroces de la humanidad, y que luego ha desaparecido como por arte de magia. ¿Dónde se esconde esa energía thimótica en el homo oeconomicus?
La sociedad capitalista se mueve por medio de otras energías ya no thimóticas sino eróticas, basadas en el afecto del querer tener, la actitud heroica del dar por dar libremente no funciona sino por medio de expiación de culpas. El consumismo permite al hombre moverse ya no a favor de su orgullo o su dignidad sino por la posesión materialista. Aún así, a pesar del control erótico del sistema económico, pueden verse vestigios del thymos en la búsqueda de autoafirmación, rebelión y ambición iracunda, emociones que serán tildadas por la psicología moderna como complejos neuróticos.
¿Dónde se oculta el thymos?
En la Grecia de Platón la aparición de la filosofía le da un vuelco a las virtudes heroico-griegas para transformarlas en cualidades ciudadano-burguesas; de pronto la sobria manía de la observación de las ideas –mejor conocida como filosofía- ha excluido a la ira del ámbito cultural. No se puede atribuir esto sólo al estoicismo cuyo eje central gira en torno al control de las emociones, es parte importante desde el inicio de los estudios éticos esa serenidad que aplaca las fuerzas emocionales por medio de ejercicios intelectuales; es la prudencia, la humildad, la templanza, lo que caracteriza al hombre valiente y maduro en la sociedad civilizada. De esta manera se presenta a la filosofía como pacificadora dentro de un mundo regido por la ley de la violencia.
En nuestros días, la psicología ha descrito la condición humana bajo la fuerza de los impulsos eróticos, dejando de lado el estudio del thymos como promotor de emociones tales como: orgullo, impulso de auto-afirmación, valor, dignidad, entre otros. Fukuyama, por su parte, afirma que este sentido humano del valor de sí mismo se ha camuflado en nuestros días bajo el término “auto-estima” y no es sino en su uso desmesurado que puede conllevar a la megalothymia, ese deseo de ser conocido como superior a otros; es decir, hacia un uso peligroso del mismo y que es precisamente este uso peligroso el que ha llevado a los filósofos a creer que es la fuente fundamental del mal en el hombre.
Aún así, Sloterdijk rescata el impulso thimótico del lado oscuro del hombre y lo pone a la luz de la historia como aquella condición de substancia de la que se ha hecho el mundo. El querer apartarlo de la condición humana es precisamente aquello que no permite comprender las actuaciones de los hombres en los momentos de mayor crisis de convivencia -la represión en la Rusia comunista, la Alemania nazi, la China de Mao.
¿Por qué hacen los hombres algo y no más bien nada? Es la pregunta presente en las primeras páginas del libro que puede llevar al lector a meditar sobre si el autor ha elegido hacer una especie de analogía con la obra fundamental de la filosofía Heideggeriana Ser y Tiempo, llamando a su propia obra Ira y tiempo y relacionando el desarrollo del libro como espejo de aquella repetida pregunta ¿Por qué el ente y no más bien la nada?, tan presente en uno de los autores fundamentales de la filosofía del siglo XX.
¿Sloterdijk está elevando tácitamente a la ira a la condición del ser? Cuando habla del hombre del Palacio de Cristal (3), el de la post-historia, como el hombre aburrido a quien se le ha quitado la libertad de actuar, de hacer cualquier cosa que no sea consumir y participar de la dinámica capitalista, no parece descabellado pensar que con esta analogía quiera adjudicar que aquello que requiere el hombre post-histórico para volver a “ser”, sea precisamente la ira enterrada subconscientemente en la psique de todo consumidor. Es la thimótica lo que lleva al hombre a querer afirmar lo que tiene, lo que es y lo que puede llegar a ser, mientras que el erotismo sólo muestra el deseo hacia aquello que nos falta y nos complementa. Qué tipo de hombre evalúa la psicología para conseguir los prototipos de la condición humana sino hombres sin orgullo, como Edipo y Narciso, mientras la cólera de Aquiles permanece inaceptable:
Sólo si la meta consiste en retratar al ser humano ab ovo como títere del amor, entonces podrían declarar al adorador de la propia imagen y al mísero amante de la propia madre como modelos de existencia humana (4). Los inconvenientes de la democracia liberal presentados por su defensor Francis Fukuyama (5)  se relacionan con el nivel de satisfacción que es capaz de generar el sistema. En el núcleo de su orden liberal no consigue ningún problema de fondo, sino simples reajustes que deben aplicarse para adaptarse a las apetencias de los ciudadanos. Mientras tanto, Sloterdijk señala otro tipo de problemas presente en la post-historia, proponiendo que la envidia es característica importante en el hombre del sistema liberal a quien a pesar de haberle sido reconocidos sus derechos, no logra dejar de aspirar a reconocimientos más específicos en cuanto al bienestar, ventajas sexuales y superioridad intelectual; bienes que permanecen reducidos y que su escasez conlleva a la acumulación de envidia ampliando el bando de perdedores que se suman a aquellos que sí son perjudicados y marginadosde facto.
De esta manera, si cuando el mundo era guiado claramente por fuerzas thimóticas se relacionaban los hombres bajo la dinámica del esclavo y el amo, en la modernidad ha surgido otro tipo de relación: ganadores y perdedores. Lo que no pasaría a ser más peligroso que un complejo neurótico tratado bajo terapias psicoanalíticas si no existieran movilizaciones que recogen depósitos de insatisfacciones y ofrecen como recompensa la posibilidad de venganza de los afectados. Así lo muestra Hans Magnus Enzensberger (6)  en su obra titulada El perdedor radical, en la que describe la manera en la que grupos como Al-Qaeda recogen esta energía de resentimiento concentrada y la utilizan para desestabilizar el sistema por medio de políticas que promueven el terror.
Vale destacar que a estos grupos no les interesa buscar soluciones a su situación de marginalidad, su actuación se limita a negar la existencia de su enemigo y más que ganar una guerra, apuesta por el exterminio de los habitantes del planeta, por lo que en estos casos la herramienta del diálogo para promover la negociación no promete ninguna solución factible:
Al contrario; el perdedor radical desconoce cualquier solución de conflicto o compromiso que pueda involucrarlo en un tejido de intereses normales y desactivar así su energía destructiva. Cuantas menos perspectivastiene su proyecto, tanto más fanáticamente se agarra a él (7).
El terrorismo se vale del perdedor y de la falta de valoración que tiene por su propia vida, y por tanto, de la falta de valor por la vida de los demás. Le brinda el detonador ideológico que hará estallar su resentimiento y lo ingresa en una lucha que no pretende conquistar al mundo, sino exterminarlo. Le gana la batalla al sistema cuando le presenta el mayor de sus miedos, el miedo a la muerte. El terrorista hace de su vida, un arma y de su muerte, una carta blanca que le permite salir ileso de culpas luego del acto cometido.
Además de que encontrará en los medios de comunicación la ventaja necesaria para conquistar a la sociedad del espectáculo, ya que los ataques terroristas superan incluso las cuotas de audiencia de un mundial de futbol. Así la televisión publicita su acto, esparciendo el terror de manera virulenta y conquista a potenciales adeptos al movimiento terrorista. La ira de aquellos marginados del sistema es utilizada por este posmoderno tipo de violencia que se vale de la adicción del aburrido hombre del Palacio hacia el infotainment como sistema teatral de violencia para los últimos hombres; aunque se trate de violencia real, que puede poner en peligro la propia vida, su traducción en imágenes rutinarias, entretenidas y a la vez aterradoras, permite que este supuesto intento por volver a lo real quede como un fallido ensayo.
Peter Sloterdijk no ve en el terrorismo islámico la vuelta al mundo thimótico, al contrario, considera que este tipo de violencia se adapta perfectamente al mundo post-histórico en el que vivimos. Los ataques del 11 de septiembre en Nueva York sirvieron como excusa al sistema dominante para intensificar el régimen de seguridad incluso entre los ciudadanos bien posicionados. Además de que la famosa guerra contra el terror no se proyecta como una vuelta a las guerras vividas años atrás, sino que sirve como controlador universalizado de protección del Palacio de Cristal o del mundo post-histórico, tiene la característica fundamental de que como no puede ganarse nunca, no podrá tampoco acabarse nunca, no se trata del retorno de la lucha entre oposiciones militantes sino de la corroboración de la improbabilidad de una nueva guerra mundial.
“La más peligrosa de las consecuencias del terror es la infección del adversario” (8)  afirma Enzensberger, refiriéndose a que es el pánico generalizado lo que permite al sistema incrementar su poder y su influencia por medio de los servicios secretos, la producción de armamento destinado a la seguridad, así como también, por medio de la implantación de leyes cada vez más represivas que conllevan a la pérdida de derechos de libertad que ya se habían conquistado.
En principio, el movimiento thimótico tiene que ver con el deseo de ser reconocido por los otros, además del orgullo personal, hace falta el reconocimiento colectivo. Pero dentro del marco de la economía capitalista, el orgullo por el propio valer no es lo que mueve a la gente, sino más bien una satisfacción por la necesidad de poseer. Si la conciencia del viejo mundo llegaba mediante la lógica del esclavo y el siervo, en la modernidad es la figura del perdedor la que es capaz de movilizar al inconforme.
Con la nueva metodología comunicativa y bajo declaraciones argumentadas sobre el propio estado de injusticia sufrido, el perdedor puede pretender hacer valer su situación de víctima como ticket gratis a la era del reconocimiento de las culpas, el valerse del sufrimiento y utilizar la bandera de la humillación para pretender exigir una recompensa también consigue en los noticiarios televisados su mejor aliado. De hecho se transforma en campaña publicitaria influencia de tal manera la opinión del ciudadano común hasta el punto de distorsionar la magnitud del suceso, sobre todo frente a otros sucesos de igual o mayor alcance.
Otro aparente cúmulo de ira post-histórica podría verse en las protestas, comúnmente estudiantiles, cuyos esporádicos incendios de autos u cualquier otra violación del orden público puede ser explicada como producto de la claustrofobia ocasionada por el ya no tan estable estado de bienestar. La inconformidad actual se luce cual actitud estética, en palabras de Sloterdijk: como habitus filosófico. El continuo desfile de protestas por la crisis está conformado por: “los mismos jóvenes iracundos en los que a la doble miseria, la del paro y la de la presión hormonal, se añade el explosivo convencimiento de su superficialidad social” (9) .
Al parecer, los puntos de recolecta de ira no se concentran lo suficiente como para infectar al resto de la humanidad; incluso la política, cuya tarea se regía por la monopolización de la violencia, se ha volcado ahora como defensor de las medidas de protección del consumidor, al final estas protestas terminan defendiendo privilegios de consumo como si se tratara de derechos fundamentales. Pero la momentánea satisfacción de ver su propia imagen reflejada en la pantalla de un televisor, mantiene encendida la atracción hacia este tipo de rebelión pacificada.
¿Cuáles han sido los verdaderos bancos de ira de la historia?
Cuando Sloterdijk habla de la ira como promotora del cambio histórico se refiere a épocas pasadas en las cuales, mediante un banco de ira que permitía recolectar resentimientos individuales, se lograba la movilización de un grupo socialmente representativo contra otro grupo categorizado como enemigo: “En el campo de la lucha por el reconocimiento, el hombre se convierte en el animal surreal que arriesga la vida por un trapo de colores, una bandera o un cáliz” (10).
El cristianismo y el comunismo han sido hasta ahora los mayores recolectores de resentimientos, y promotores, a su vez, de la movilización hacia la venganza; vista ésta como resultado del proyecto canalizador de sentimientos iracundos convertidos en odio. Pero para evitar que estos proyectos pierdan fuerza y caigan en el agotamiento hay que impedir que se subdividan o individualicen, los subgrupos o individualidades deben subordinarse ante una dirección central que utilice sus depósitos de ira y los integre en una sola historia unificada mediante consignas que remuevan hasta sus amarguras más profundas, habrá que evitar perspectivas esperanzadoras las cuales desfallecen con mayor facilidad que las emociones repletas de negatividad. Es por esto que el autor asegura que no sirve: “destrozar cabinas telefónicas o quemar coches cuando, con ello, no se persigue un objetivo que integre el acto vandálico en una perspectiva “histórica”. La rabia de los destructores de cabinas y de los incendiarios se consume en su propia expresión” (11). Todo revolucionario trabaja para un banco de ira y por tanto, debe someterse a la regulación de su energía thimótica, debe mantener vivo su odio, pero conteniendo sus actos.
La unificación del banco de ira debe dar lugar a una revolución que obedezca a un plan preestablecido que rechace las primeras reacciones y sepa esperar el momento indicado para completar su venganza. Aunque en el caso del cristianismo se trata más de un camino metafísico de la venganza porque la ira es depositada en Dios y es en él en quien recae la responsabilidad de repartir la justicia después de la muerte sobre el comportamiento humano que se realizó en vida. Mientras los creyentes postergan la venganza hasta el más allá, el comunismo arranca como la toma de posesión de la batuta de la venganza ahora, en el más acá. Lo que no realizó Dios, lo pretendió realizar la Unión Soviética, procurando aniquilar a todo aquel que representase un modelo no figurativo para su propuesta política.
Es la “ira” uno de los atributos del Dios en el judaísmo antiguo, pero se ha mantenido incluso luego del comienzo del cristianismo cuando se hablaba de un Dios amoroso. Aquellas narraciones bíblicas sobre la orden de extinción de todo el género humano –exceptuando a Noé- mediante el Diluvio, las plagas, la expulsión de Adam y Eva del paraíso, han sido arrebatos de Ira de Dios que cesaron de darse por medio de la paciencia divina y han sido sustituidos a largo plazo por un Juicio Final que dictaminará, con especificaciones archivadas, lo que le deparará a cada persona individualmente después de la muerte. Así también se profesa en la tierra la necesidad de dejar en manos de Dios la justicia, es decir, posponer los aires de venganza hasta que Dios se encargue de ello. De esta manera, la justicia se ha aunado a una espera en el tiempo.
El cristianismo se postula como religión del amor al enemigo, del perdón, de la renuncia a la venganza; y aun así, guarda facturas y acumula evidencias sobre los actos cometidos en la tierra. Vuelve a ser la presencia delthymos una piedra en el zapato para los teóricos; si en la antigüedad era necesario para el hombre civilizado controlar sus emociones por medio de la razón, en el cristianismo le ha quedado el trabajo a los teólogos, quienes deben conseguir alguna salida que permita integrar la ira de Dios al resto de sus atributos bondadosos. Aun así, la ira logra sobresalir ante cualquier otro atributo ya que el imaginario cristiano ha generado la idea del infierno como un castigo desproporcionado –por ser un castigo infinito- ante lo que se considera una culpa finita –cualquier pecado cometido en la tierra.
De esta manera apuesta Sloterdijk a meditar, en este discurso únicamente, sobre el título “Dios” como el lugar de depósito de ahorros humanos de ira, helados deseos de venganza, y como aquel que administra los saldos positivos de resentimiento. Pero, ¿qué ocurre luego de la muerte de Dios?, ¿quién se encarga de manejar el banco de ira acumulado a lo largo de tantos años? Se trata de una nueva etapa en la historia que podría enmarcarse desde el comienzo de la Revolución francesa, con el desarrollo de una cultura de la indignación, momento en el que la izquierda política toma el mando al pretender controlar la ira almacenada de los indignados: “Fomentar la revolución significaba ahora participar en la construcción de un vehículo para un mundo mejor que se accionara con las propias reservas de ira y que fuera conducido por pilotos entrenados” (12).
Había llegado la hora de responder ante el llamado de la secularización del infierno y el traslado del temido Juicio Final al presente. Anarquistas y comunistas se disputan la toma de la revolución que debía en principio destruir cualquier forma social existente y construir a partir de ahí una nueva configuración. Fue Carl Marx quien dio el paso teórico desde el concepto de dignidad humana cristiana hacia una antropología histórica relativa al trabajo, formando la llamada “conciencia de clases”: los hombres también tienen derecho a disfrutar del producto de su trabajo.
Esto permite el arranque de la energía thimótica del proletariado, aunque precisamente es en esa equiparación de la clase productora como si ésta conformara la totalidad de la humanidad, lo que da pie al despliegue del genocidio contra el resto de personas que no califican para la categoría humana. En la Rusia Soviética llega el momento de poner en marcha la verdadera revolución, todo revolucionario debía estar activo ante la destrucción de la burguesía, cualquier duda podría ser considerada una traición.
Los fascismos nacionalistas funcionaron de igual manera, como bancos almacenadores de ira, sólo que sustituyeron a los enemigos de clases por los enemigos de raza. Supieron mantener encendida la ira colectiva y se guiaron bajo la bandera del perdedor radical hacia el exterminio. Enzensberger resalta el panorama de la República de Weimar donde la población se veía a sí misma como perdedora; lo que llevó a Hitler al poder fue más que una crisis económica, se estaba a la expectativa de una política con ansias de venganza; precisamente el verdadero objetivo del nacional-socialismo alemán no era la victoria sino el exterminio, el suicidio colectivo. Así luchó Alemania en la Segunda Guerra Mundial hasta que Berlín quedó reducida a escombros: “Ni siquiera una mirada al mapa mundial pudo convencer a Hitler y sus secuaces de que la lucha de un pequeño país centroeuropeo contra el resto del mundo no tenía ninguna opción de prosperar” (13).
Sloterdijk insiste en la semejanza entre los movimientos comunistas y los movimientos fascistas, resaltando la función de ambos como bancos de ira, aunque mientras la propuesta comunista tenía perspectiva mundial, la fascista se limitaba a una región limitada o a un país sin tener que pasar por la pretensión de una idea universalista: “su modus operandi es la forja de la población en un motín thimóticamente movilizado que, unificado, enloquece a través de la pretensión de grandeza en el colectivo nacionalista” (14). Por ello ha afirmado el autor que detrás del movimiento comunista se esconde un fascismo de izquierdas.
Estas dos fuerzas, el comunismo y el fascismo, se vieron enfrentados en cuanto a sus intereses y se declararon la guerra como si se tratara de su motivo prioritario de su existencia. De aquí surge la engorrosa problemática de tildar al anti-comunista de fascista, como si sólo pudiesen existir dos polos, el uno o el otro y no ninguno de los dos.
Si “historia” se llama aquel período durante el cual se conservan los depósitos de ira, al día del desate de la ira le deben preceder épocas suficientemente largas de ahorro y conservación de resentimientos: “Historia es el arco temporal que va desde las primeras imposiciones de pago hasta el vencimiento de todos sus plazos” (15). De esta manera, cuando se califica al momento actual como post-histórico, se descarta la posibilidad de una nueva acumulación de ira de los perdedores del momento.
Actuales distorsiones sobre antiguos alcances de la ira
Algunas líneas atrás se mencionaba cómo a través de campañas propagandísticas mediatizadas sobre los sucesos históricos puede llegar a distorsionarse la magnitud de lo ocurrido. Un ejemplo de ello lo comenta el filósofo alemán cuando describe el alcance de la violencia desatada en la Rusia Soviética contra: “el más grande colectivo de víctimas del genocidio en la historia de la humanidad, y al mismo tiempo un grupo de víctimas que son las que menos pueden defenderse frente al olvido de la injusticia cometida con ellas” (16).
Se trata de los “kulaks”, clase productora campesina que fue condenada por pertenecer al universo preindustrial, el número de víctimas resultó de aproximadamente 8 millones de personas sólo al principio de los años treinta. Esto siguiendo a la costumbre de desatar impulsos thimóticos contra una “clase” que sólo se materializa frente a un conformado colectivo de lucha; en este caso específico las víctimas fueron aquellos campesinos que producían lo suficiente para mantener a su familia, a sus empleados e incluso para ganar terreno en el comercio urbano. En otros casos de nuestra historia, se ha enmarcado al enemigo en otro tipo de “clase”, en la China de tiempos de Mao, se alentó a la juventud a levantarse contra la “clase” de los viejos. Y así, a lo largo de los años de historia de la humanidad, el “clasisismo” tiene mayor cantidad de víctimas incluso que el racismo, aunque no haya tenido tanta atención como éste.
Ya bien se ha dicho que los muertos no se cuentan de la misma forma en todas partes; hoy en día se sentencia al fascismo y de hecho se ha prohibido en cualquier término hablar a favor de él o incluso siquiera tratar de comprender el fenómeno sino se estudia a favor del reconocimiento de sus víctimas. Pero aún así, gracias a la ingeniosa auto-representación del fascismo de izquierdas como antifascismo, se permite hoy día seguir hablando del fracaso del comunismo como una aplicación errada del concepto. Tanto en el mundo intelectual, como en el mundo político o diplomático, se censura la posibilidad de defender el fascismo vinculado con la política nazi, pero se permite hablar abiertamente a favor del comunismo, llegando al punto incluso de denunciar la crítica al comunismo como un anti-comunismo y por ende, como una provocación a favor del fascismo. Se olvida con facilidad qué cerca se había estado de un sistema genocida de clases.
De esta manera, Sloterdijk denuncia cómo se puede evadir la responsabilidad mediante políticas lingüísticas que permiten jugar con la terminología a favor incluso de uno de los acontecimientos más violentos del siglo XX: “Se inventó una elevada matemática moral según la cual tiene que pasar como inocente quien puede demostrar que otro ha sido más criminal que él mismo” (17). Y esto sin prestarse a malinterpretaciones mediante las cuales pudiera pensarse que se está promoviendo la culpabilidad de unos a favor de la expiación de la culpa de los otros. Lo que se plantea en resumen es que si se ha juzgado a personajes como Heidegger por su abierto apoyo a la política nazi, ha de ser juzgado en igual medida a autores como Sartre quien a pesar de conocer la cantidad de prisioneros que se encontraban en los campos soviéticos, mantuvo su apoyo al comunismo tal vez para no salir de su frente antifascista o para purgar su pertenencia a la burguesía.
¿Por qué al hombre moderno le resulta imposible comprender la ira de Aquiles?
Luego de la mudanza del hombre al Palacio de Cristal en la era post-histórica, se ha cambiado la perspectiva del trabajo, de los deseos o expresiones humanas hacia la inmanencia del poder adquisitivo (18). Se rechaza cualquier emoción thimótica en favor de la erotización sin límites; lo que reina es el deseo del querer tener, que no puede ser satisfecho; y cualquier situación que no genere placer queda relegada del caso.
Vivimos en un mundo asegurado de ante mano, a pesar de la irónica caracterización de la sociedad actual como “sociedad del riesgo”, cuando:
Una “sociedad” de riesgo es aquella en la que está prohibido de facto todo lo realmente arriesgado, es decir, excluido de cobertura en caso de siniestro. Pertenece a las ironías de las circunstancias modernas quehubiera que prohibir retroactivamente todo lo que se arriesgó para hacerlas realidad. De ahí se sigue que la llamada poshistoria sólo en apariencia representa un concepto histórico-filosófico, en realidad representa unconcepto técnico asegurador. Poshistóricas se llaman aquellas circunstancias en que son inadmisibles acciones históricas (fundación de religiones, cruzadas, revoluciones, guerras de liberación, lucha de clases, juntocon sus promesas correspondientes) a causa de su riesgo no asegurable (19).
De esta manera, lo que no se permite de entrada en el universo in-door del mundo post-histórico es cualquier posibilidad de violencia real que pueda deteriorar la dinámica interior del Palacio. ¿Qué pasa con lo que no entra dentro de él? Aunque se pretenda pensar este sistema mundial, como verdaderamente mundial, queda claro que tiene límites físicos aunque sus paredes sean visibles sólo para algunos. No son sólo muros de contención en fronteras como la de Estados Unidos y México, también tiene que ver con las paredes que deniegan el acceso a fondos de dinero y sobre todo a la repartición asimétrica de las oportunidades de vida.
A los marginados del sistema se les mantiene bajo la ilusión de posibilidad de entrada a las comodidades del Palacio de Cristal mediante la propuesta del diálogo abierto a la comprensión de sus vicisitudes, aunque los que están dentro están conscientes de la imposibilidad de supervivencia del Palacio si se intenta expandir su techo, al depender éste de la energía fósil que al parecer presenta ya una fecha de caducidad.
Los medios de comunicación, quienes se encargan de transmitir las noticas sobre acontecimientos mundiales y mantener informados a sus espectadores, tanto los que están dentro como los que no: “neutralizan sus contenidos para someter todos los acontecimientos a la ley de la indiferencia. Su misión democrática es la de producir indiferencia al eliminar la diferencia entre los asuntos importantes de los que no lo son” (20). De esta manera se mantiene informado al público y a su vez, apático ante la rutinaria sucesión de imágenes sobre acontecimientos mundiales que distan mucho de parecer impactantes frente a las maniobras del cine del entretenimiento especializado en el control del factor sorpresivo.
De esta manera las epopeyas heroicas quedan permitidas sólo como posibilidades cinematográficas del entretenimiento, aunque sin duda haya cambiado en muchos casos el trasfondo de la idea del héroe que muere en batalla, ya que incluso en las ficciones posmodernas resulta común dejar con vida al héroe al final de la historia, Occidente le ha tomado repulsión a la muerte, por ello la ciencia moderna se encarga de procurar que sus pacientes vivan hasta las últimas de sus posibilidades. Cambiando hasta su concepto de muerte, formando subcategorías como la de “muerte cerebral”.
De la misma manera que no se le permite morir a un paciente vegetativo, extiende Occidente al moribundo sistema del capital hasta sus últimas posibilidades, y esto es así porque la única manera de sortear la crisis económica es mediante la llamada huida hacia adelante o progreso indefinido, ya que el capitalismo funciona en base a la sinergia de la expansión del mercado y la innovación en la producción. A los críticos del sistema capitalista se les reclama la falta de propuesta alternativa con proyección a futuro, por lo que a los expertos les sigue pareciendo más razonable continuar con la apariencia de continuidad ilimitada del crecimiento, aunque eso implique la necesidad de participación de un número cada vez mayor de la población mundial en prácticas de consumo cada vez más arriesgadas:
Lo que aquí significa “consumo” designa la buena disposición de los clientes a participar en un juego de aceleración del placer basado en el crédito bajo riesgo de pasar una parte del tiempo de la vida con negociosde amortización. El secreto del consumismo del lifestyle se oculta en la tarea de producir en sus participantes un sentimiento neo-aristocrático que consigue la total adecuación entre lujo y derroche (21).
Mientras la política siga significando “medidas de protección al consumidor” no se podrá esperar una alternativa planificada a la futura caía del capitalismo, mucho menos rendirá verdaderamente el despilfarro de energías thimóticas que implica la organización de protestas y huelgas a nivel mundial. Desear, amar y disfrutar son los mandamientos del sistema y todo aquel que se sienta insatisfecho conseguirá sin duda algún medio de entretenimiento que apacigüe su aburrimiento, además que Occidente ha inventado los psicofármacos antidepresivos, ya no existe excusa alguna para dejar de participar de la felicidad en los tiempos del fin de la historia.
 
Bibliografía
DOSTOIEVSKI, Fiodor. Memorias del hombre del subsuelo. Editorial el perro y la rana. Caracas, 2006.
ENZENSBERGER, Hans Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007.
FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta. Barcelona, 1992.
SLOTERDIJK, Peter. En el mundo interior del capital, para una teoría filosófica de la globalización. Ediciones Siruela. Madrid, 2007. P-211.
SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010.
VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo. Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008.
Notas
1
SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-13.
2
FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta. Barcelona, 1992.
3
El Palacio de Cristal fue una estructura arquitectónica que en 1851 abrió sus puertas a la primera gran exposición universal que mostraba al público los grandes avances de la era industrial. Dostoiveski lo utilizó como metáfora para hablar delmundo moderno, el cual se recluía en un interior controlado y planificado.
4
SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-26.
5
FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Editorial Planeta. Barcelona, 1992.
6
ENZENSBERGER, Hans Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007.
9 SLOTERDIJK, Peter.
Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-250.
12 SLOTERDIJK, Peter.
Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-146.
13
ENZENSBERGER, Hans Magnus. El perdedor radical, ensayos sobre los hombres del terror. Editorial Anagrama. Barcelona, 2007. Pp 26-27.
14
SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-184.
17 SLOTERDIJK, Peter.
Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-201.
18
SLOTERDIJK, Peter. En el mundo interior del capital, para una teoría filosófica de la globalización. Ediciones Siruela. Madrid, 2007. P-211.
20
SLOTERDIJK, Peter. Ira y Tiempo. Ediciones Siruela. Madrid, 2010. P-246.
Susana Bozzetto / Tesista del Máster en Pensamiento Contemporáneo de la Universidad de Barcelona (España). Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela). Tesis de grado: “Entre el terrorismo y la comunicación masivade la imagen. Reflexión acerca del término primer acontecimiento simbólico de envergadura mundial desde el pensamiento de Jean Baudrillard. Asistente de Redacción en Revista Observaciones Filosóficas y Ayudante de Investigación de Adolfo Vásquez Rocca PhD.
 

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