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Mujeres rapean contra la violencia

Por Federico Mastrogiovanni



Son las seis de la tarde y el tráfico es cada vez más denso. Millones de personas regresan a Ecatepec después de un día de trabajo en el Distrito Federal. La línea del Mexibús, la versión mexiquense del Metrobús capitalino, se articula como una culebra a un lado del canal. En Ecatepec de Morelos, Estado de México, el horizonte se tiñe de tonos grises.

Jessica camina en la orilla de la carretera, a pocos metros de la estación Vocacional 3 del Mexibús. Se mueve entre la carretera y el canal. “Aquí es donde encontraron los cuerpos”, dice. Un ráfaga de viento helado empieza a soplar y ella se sube la capucha de su chamarra negra. “Este es sólo uno de los lugares”, dice. En Ecatepec se encuentran cuerpos de mujeres asesinadas por todos lados. Pero este canal es uno de los lugares donde las víctimas aparecen con mayor frecuencia.

Jessica es de Ecatepec y me acompaña, con tristeza, por estos caminos. Por aquí pasan millones de personas que transitan diariamente hacia México o de vuelta. Casi nadie se asoma a ver el canal. Sigo sus pasos silenciosos en el lugar donde ninguna mujer quisiera estar.

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Fotografía de Giulia Iacolutti

Jessica Roldán, más conocida como Jezzy P, empezó a rapear en Ecatepec en 1995, junto con su amiga Luz Reality. Su grupo se llamaba los Pollos Rudos. “Pollos, porque estábamos chavitas, como dos pollitos; y rudos, pues, ¡porque éramos de Ecatepec!”, Jezzy se ríe recordando el inicio de su carrera, sentada en una banquita en el Parque de las letras, donde pasó su infancia, en la colonia Izcalli Jardines de Ecatepec. Jezzy y Luz fueron pioneras del rap en su región. “Éramos muy poquitas mujeres. Sólo nosotras dos y Ximbo y Malik que eran del sur de la ciudad”, cuenta.

Para entender los contextos urbanos en los que se desarrolla el rap hay que explorar más a fondo las zonas marginadas de la ciudad. Así, voy a Ecatepec un miércoles en la mañana. Me acompañan Jezzy P y su compañero Marco. Se trata de uno de los lugares más violentos y con una de las tasas más altas de feminicidios en todo el país. “Aquí parece siempre un pueblito en domingo. Todo el mundo está en México trabajando. La gente regresa sólo para dormir. Aquí no hay nada más que esto. Dormitorios y violencia.”, explica Jezzy mientras paseamos por el mercado.

Las calles de Izcalli Jardines están cerradas con rejas. Encerradas entre jaulas de acero. A partir del aumento de la violencia, hace algunos años, muchos decidieron aumentar su seguridad encerrándose. Algunos empiezan a irse de la zona, en busca de lugares más tranquilos. Jezzy ha pasado su vida entre Ecatepec y el Distrito Federal. Es una de los dos millones de personas que cada día se mueven en metro hacia el centro de la Ciudad de México, para regresar en la noche. Nunca hizo vida de barrio. Su barrio estaba en otros rumbos: Ciudad Nezahualcóyotl o el Chopo.

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En el canal de Ecatepec se encuentran cuerpos de mujeres asesinadas casi todos los días. / Fotografías de Giulia Iacolutti

El canal se desenreda como un línea en el desorden urbano de Ecatepec. Es una presencia obscura y silenciosa, un cementerio de mujeres pasivo que, sin embargo, manifiesta su presencia constante a través de los efluvios que emana.

Sobre la antigua carretera a Pachuca, hoy carretera Texcoco-Indios Verdes, que en este tramo se llama Vía Morelos, a pocos metros del canal, sobresale un edificio rojizo, vestigio de un pasado que no se coloreaba sólo de gris. Es la Casa Morelos. Jezzy y Marco me acompañan a visitar este lugar histórico, donde el 22 de diciembre de 1815, el cura José María Morelos y Pavón fue fusilado de espaldas como traidor al Rey. El edificio está en perfectas condiciones, es un pequeño descanso para los ojos y los oídos. Se puede visitar el cuarto donde el “Siervo de la Nación” pasó sus últimas horas, la cama de paja, el crucifijo. Pero después de pocos minutos la sensación de que la Casa Morelos esté cercada por Ecatepec empieza a abrirse camino.

“Aquí tocó Jezzy en un par de ocasiones”, me dice Marco con orgullo. Alto, calvo, de barbita y con bigotes, Marco es la memoria histórica de Jezzy P, su compañero de siempre. En los conciertos se le ve  organizando, hablando con la gente, vendiendo discos, asegurándose de que todo esté bien. “En julio de 2007 se organizó en la Casa Morelos el festival cultural de Ecatepec y Jezzy participó en dos ediciones. Llenamos la explanada que está aquí a lado. Fue una de las pocas ocasiones en las que logramos hacer algo en Ecatepec”, dice Marco.

El rap femenino en México se está transformando en algo cool. “Aquí en la barriada, en la zona de Chalco, Ecatepec, Ciudad Neza, nuestra música se consideraba un rap de barrio, un rap cholo, más como de Los Ángeles, pa’ que entiendas.”, me explica Jezzy. Es la música que representa la rabia y la frustración, que narra historias que nadie más quiere narrar. El rap cholo es el alma negra de la música del ghetto, con la que muchos jóvenes pueden sobresalir, representarse frente al mundo.

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Una presentación de las Mujeres Trabajando en el Libélula Sound Station, de Ecatepec, el pasado marzo. / Fotografía de Giulia Iacolutti

“En cambio, en la zona del sur de la ciudad, por Tlalpan, Xochimilco, Magdalena Contreras, se desarrolló un rap que quería ser más culto, comprometido, que no quería hablar de barrio, de violencia, más al estilo Nueva York”, dice Jezzy. “Es otra lírica, otro mensaje. Crews como Bocafloja, Akil Ammar, Magisterio. Niños bien, con más recursos económicos, otras oportunidades, otra educación. Hace unos diez años esto todavía nos dividía mucho, porque ellos se definían rap inteligente, o rap serio, o raptivistas”, dice. Ellos son los intelectuales del rap.

Jezzy P entró a un mundo dominado por los hombres y su rap también es una herramienta para enfrentar el machismo y la discriminación. Por esto trabaja con una asociación de mujeres mazahua que se llama Zazanilli Nehnemi (cuentos viajeros). Son mujeres que toman cursos de estetistas y están recopilando anécdotas de sus historias de acoso, de violencia o de sus ganas de querer sobresalir. Jezzy escribe rap con base en las historias que le cuentan las mujeres, que se presentan en esos centros femeninos. Es una forma de generar una narración alternativa, con un lenguaje comprensible y adecuado para dar voz a una parte marginada de la sociedad. El rap es, por definición, ese lenguaje. El idioma de los marginados, la música de los inconformes. Pero dentro de la escena rap en México había mucha discriminación hacia las mujeres. Por eso el rap se volvió una herramienta de emancipación.

Dayra Fyah se prepara en un baño antes de comenzar un show en el Bombay, un viejo antro del Centro Histórico de la Ciudad de México, cerca de la plaza Garibaldi. Las paredes están llenas de grafiti que constituye la decoración del bar. Empiezan a llegar grupitos de jóvenes hiphoperos. Dayra se pone sus botas Dr. Martens rojas, una gruesa cadena de oro y un poco de maquillaje.

Dayra, cuyo verdadero nombre es Claudia Canus, siempre tuvo una gran atracción por los escenarios. “Yo quería estar arriba de un escenario, no sabía cómo ni haciendo qué, pero es lo que siempre quise”, me dice mientras se prepara. A los 16 años quedó embarazada y sus planes de vida se truncaron. “Yo quería estudiar psicología y comunicación. Pero ¿ya embarazada qué haces? Mi papá está en Estados Unidos desde que yo tenía 12 años. Yo era una adolescente con un bebé, sola; me hubiera vuelto loca si no hubiera existido el rap en mi vida”, cuenta.

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Jessica Roldán, más conocida como Jezzy P, empezó a rapear en Ecatepec en 1995. / Fotografía de Giulia Iacolutti

En el escenario Dayra encuentra su naturaleza, se mueve con confianza y se siente cómoda. Involucra al público, les llega con mucha fuerza. Canta la violencia y la rabia que viven muchas mujeres en México; su frustración: les habla a las mujeres jóvenes que la siguen y cantan sus canciones. Las chicas de clase baja, de barrio, madres solteras, violentadas o víctimas de abusos y discriminación.

“De repente ves esas miradas cómplices de las niñas cuando estás cantando. Dices una línea y las ves que afirman con la cabeza”, dice. Y es extraño que sus rimas sean una referencia o un consuelo para muchas  que viven contextos violentos. Dayra canta:

No más ni una más, ¿cuántos más?
Ni una más, ni una mujer más
con el rostro destrozado y el corazón atado
a un imbécil con cerebro inerte que no sabe quererte.
Te insulta, te golpea, te viola. Cuéntame después qué pasa.
Te pide disculpas de rodillas y con llanto.
Te dice casi casi que te pega por amor.
(…)
Por tu autoestima y sobre todo por tus hijos abre ya la puerta, sal de ahí.
Huye, siempre habrá quién te ayude,
das la espalda a las opciones dispuesta a seguir en el martirio hasta la muerte.
Mira: pues que tengas suerte
.

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Fotografía de Giulia Iacolutti

Dayra no ha vivido personalmente muchos episodios de violencia familiar, pero sí creció en un contexto donde la violencia en contra de las mujeres es la norma y ha absorbido profundamente lo que luego expresa en sus canciones. Como madre soltera, Dayra cree que ha tenido mucha suerte: “Mi familia me ha apoyado siempre para dejarme ir a cantar o a los eventos. Y mi hija Cynthia ahora me acompaña a los conciertos.”

Pronto Cynthia va a cumplir 11 y quiere que su fiesta sea al estilo hip hop: “Pero no quiere que cante en su cumple. Me censura porque soy grosera. Dice que mis textos no son adecuados para sus amigos. Entonces les voy a poner algo más light. Pero ella en su Tablet trae hip hop”.

“Yo no sé qué tan machista es el mundo, pero este país sí lo es, mucho. Y cuando empezamos nosotras a rapear, en los noventa, lo era muchísimo más”, dice Ximbo. Ella es una de las raperas más veteranas en la escena mexicana. Durante mucho tiempo ha sido parte del grupo Magisterio, uno de los grupos históricos del que se conoce como “rap político” o “inteligente”. “Participé en la organización del primer festival de hip hop en México en 1998.”, cuenta Ximbo en un parque de la Colonia Roma Norte. “Pese a que yo estuve en la organización dándole bien duro, el día que llegó la conferencia de prensa no me dejaron estar porque no querían mujeres. Así, tal cual. No queremos morras, porque no saben, dijeron”, continúa.

El machismo en la escena rap mexicana era tan real que “no te atrevías a ponerte un pantalón como el que traigo hoy, normal. Y una de las cosas que me llamaron la atención de Jezzy P desde el principio fue que ella salía a cantar con faldas. Y no era un rollo de exhibirse ni nada, era de ‘yo voy a rapear así porque estoy cómoda y me gusta’. Punto.” , explica.

En noviembre pasado, Ximbo participó en una lectura de textos de Serena Dandini, una presentadora y escritora italiana, en el teatro de Bellas Artes sobre violencia en contra de las mujeres. Era un contexto distinto a los conciertos de rap, pensado para sensibilizar la sociedad sobre el tema de la violencia en contra de las mujeres.

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Fotografía de Giulia Iacolutti

“Algunas mujeres quieren el aplauso sólo por ser mujeres. Y otras queremos respeto”, explica. En el rap, las mujeres tienen que ganarse el respeto. Y Ximbo rapea desde la adolescencia, cuando con el rap podía expresar sus ideas, sus valores y su sentir. Antes era la urgencia de gritar su rabia política. Ahora ya no es sólo esto. Hace cuatro años es mamá de Julia. Para ella la maternidad es su forma de expresarse, parte de su vida. “El rap nunca ha sido una pose, más bien siempre se ha acoplado a lo que soy, siempre. Si me pasa algo seguro voy a escribir una rola”, dice.

Se emociona cuando habla del tema de la maternidad: “Cualquiera que sea padre no piensa en otra cosa que en su bebé, por lo menos los primeros dos años. Y está encima de su bebé tomándole fotos todo el puto día. Y es: bebé, bebé, bebé. Entonces, uno que hace hip hop, ¿que hace? Pues habla del bebé, no puede hacer otra cosa, ¿no? no hay más”.

Además de la pasión profunda por el rap, Jezzy P, Dayra Fyah y Ximbo tienen en común la necesidad de enfrentar el machismo y la misoginia, muy presentes no sólo en el hip hop, sino en todos los contextos de la sociedad mexicana.

Vi a Jezzy P en un escenario por primera vez el 21 agosto de 2010. Fue en el Foro Alicia, local alternativo entre la Colonia Roma Norte y la Doctores. El evento era un concierto de un colectivo recién formado de mujeres raperas: Mujeres Trabajando. Entonces era sorprendente ver a estas chicas dominando el escenario con tanta propiedad.

Han pasado cinco años desde ese concierto y el colectivo sigue trabajando. Sentada en una banquita del parque Pushkin, a un lado del Foro Alicia, Ximbo me explica cómo nació el proyecto: “Pues siempre en el hip hop la gente está buscando pleito. Pero en cuanto se dio la oportunidad de hacer cosas juntas, lo hicimos. Jezzy P y yo desde el principio teníamos muchas ganas de trabajar juntas y no se concretó hasta que nos juntamos en Rimas Femeninas en 2006. Aquí en el Foro Alicia”.

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Las Mujeres Trabajando en Ecatepec. De izquierda a derecha: Gabry, Jezzy P, Ximbo, Dayra y Laryza. / Fotografía de Giulia Iacolutti.

En 2006, Moyenei, un rapera chilena, organizó un concierto de rap exclusivamente de mujeres en México. Invitó varias artistas que en aquel momento resaltaban en la escena mexicana y nació la iniciativa Rimas Femeninas. Así lo recuerda Jezzy P: “Fue un boom porque nunca se había visto un evento de puras mujeres raperas”. Y su compañera Ximbo agrega: “A partir de ahí fue tanta la buena onda que decidimos seguirle. Y eso se convirtió ya en un colectivo que duró tres años”.

Lo primero para el colectivo fue dejar claro que podían estar juntas. Y que existe la posibilidad de colaborar y ayudarse aún siendo diferentes. Porque definitivamente, las mujeres que forman parte del colectivo son muy distintas entre sí.

Ninguna de las Mujeres Trabajando puede vivir exclusivamente de la música, a pesar de estar en la escena rap desde hace casi veinte años. Jezzy P es también diseñadora gráfica, Ximbo es presentadora de televisión y Dayra es dueña de una tienda de playeras. Pero el hip hop sigue siendo el centro de sus vidas, la línea guía que siempre quisieron seguir. “Lo hermoso de Mujeres Trabajando es que podemos compartir tanto esta parte de mujeres, de ser madres, de ser esposas, como lo que nos encanta, que es el rap, y vivir en esta cultura hip hop. Esto es realmente lo que nos ha unido mucho a todas” asegura Dayra.

Gracias al trabajo de Mujeres Trabajando, así como de otros colectivos que surgieron después, el rap femenino se posiciona fuera del contexto típico. En una noche de diciembre encuentro Dayra Fyah formada para entrar a un concierto en la Colonia Roma Norte, en el foro Hilvana. Mujeres Trabajando no cantan esta noche, pero en cartelera hay otros nombres conocidos de la escena: Moyenei, Oveja Negra, Sound Sisters o Mare Advertencia Lirika.

En el foro Hilvana el público es distinto; nada que ver con las aguerridas chicas en otros barrios. Aquí se ven zapatos y bolsas de marca, que adornan a mujeres muy poco hiphoperas. “Estas no vienen a los conciertos de barrio” grita una chica de unos 18 años que vino a escuchar Oveja Negra “son lesbofeministas de la burguesía del DF. Vienen sólo porque las que cantan son mujeres. Les vale madres el rap. Ni lo entienden”.

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Algunos asistentes a un concierto de las Mujeres Trabajando, el pasado 18 octubre en Morelia. / Fotografía de Giulia Iacolutti.

“El rap pandillero sigue siendo rudo, sigue construyendo el mismo mensaje” explica Marco, mientras Jezzy P se arregla para un sesión fotográfica para su nuevo disco Rabiografía. “No pudieron ni quisieron modificar su lenguaje ni su mensaje y si vas a conciertos cholos ahora en Neza, seguro te toca ver un balaceado, alguien picado. Ni la policía se mete a ciertos lugares. Pero aquí se trata de salir del barrio y hablarle a más gente”, dice.

Mujeres Trabajando ha buscado salir del ambiente del hip hop para representarlo. Esto también es parte de su papel público. Ganar espacio para la mujeres en el rap va de la mano con la defensa de los derechos de la mujer en la sociedad, aunque ninguna de las tres raperas que forman el núcleo base del colectivo se defina abiertamente feminista.

El 8 de marzo, día internacional de la mujer, Mujeres Trabajando decide celebrar.  El lugar es el Libélula Sound Station, un bar underground que una semana antes había sido casi incendiado por un grupo de punks. El bar tarda en llenarse en la tarde del domingo. Las raperas van a alternar con bandas de rock y punk de mujeres. Hoy el colectivo va a presentar un show completo: además de Jezzy P, Ximbo y Dayra, en el palco se exhiben la bit maker Gaby Loeza y la street dancer Laryza García, ambas integrantes del grupo.

Después de más de dos horas de espera llegan todas las mujeres. Nadie de los presentes parece molesto por la tardanza. Hay cerveza y mezcla de música. Jezzy P abre el evento: “Es un honor estar aquí en Ecatepec representando nuestro barrio como mujeres y como raperas”. Hoy se festeja también la primera vez que se presentó el colectivo: un 8 de marzo de 2009 en el Faro de Oriente, centro cultural de Iztalpalapa.

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Dayra Fyah durante una presentación en el bar Bombay de la Ciudad de México, en enero pasado. / Fotografía de Giulia Iacolutti

El flow de Jezzy es poderoso y mueve los ánimos del público de aficionados con sus rimas apremiantes. Dayra está entusiasmada y explica una vez más cuál es su manera de ver y usar el rap:  “El compromiso que tengo con el micrófono es decir lo que no me gusta de mi entorno. Y son muchas cosas”.

Poco después las B-girls de Laryza encantan con sus coreografías en espera de la llegada de Ximbo, verdadera matadora del evento, que desata una fuerza contagiosa y cierra en clímax la fiesta. “Decidimos llamar este evento ‘Musas en las notas’, porque como mujeres queremos dejar de ser la inspiración para el arte de otros y tomar nosotras la iniciativa. Ser las musas de nosotras mismas”, dice Jezzy P.

Alejarse de Ecatepec en la noche es una experiencia extraña y onírica. Es como navegar en un mar de estrellas caídas que descansan en los cerros. Detrás las mujeres siguen trabajando.

Fuente: Revista Gatopardo




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