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#ENTRELÍNEAS // De violencia y monstruos… Castiguemos a los responsables!

Por Héctor Tapia

La escalada de violencia en México, en Michoacán, en sus municipios, es escandalosa e indignante, es en alarmante. Sí!, urge castigar y señalar a los culpables; mejor dicho, a los responsables.

Si estamos dispuestos a ello, a ser duros e implacables con los responsables por el nivel de descomposición social que vivimos de manera cotidiana, entonces comencemos con el que aparece frente a nosotros en el espejo. Sí, así, literal, somos tú y yo; somos todos.

Dejemos de ser hipócritas y revisemos qué estamos haciendo cómo sociedad, qué hemos hecho para alimentar y fomentar a los monstruos que ahora no nos dejan dormir, a los monstruos que nos acechan; veamos en qué parte –incluso- aplaudimos a nuestros futuros verdugos sin que nos demos cuenta.

No se intenta quitar la responsabilidad que tienen las autoridades, de los tres niveles, que tienen la obligación legal e institucional de construir las estrategias necesarias para que las condiciones para brindar seguridad sean las más óptimas. No.

La autoridad, llámese gobierno federal, del estado, o municipios, tienen una obligación que no pueden ni deben eludir; y, deben hacerlo, fuera de posturas mezquinas y partidistas. Deben velar por el cumplimiento del Estado de Derecho, y garantizar la paz que demandan y necesitan los ciudadanos no sólo para desarrollarse plenamente, sino también para contribuir a sacar adelante al país. También para que puedan gozar su derecho a ser felices.

Voy más allá. En este análisis se pretende poner a consideración del lector otras ópticas, otras aristas, para poder no sólo entender lo que sucede, no para justificar la barbarie que nos aqueja, sino para dejar claro que los responsables directos de este grado de descomposición del que nos quejamos y nos afecta, parte de nosotros mismos: la sociedad. 

En primer momento hay que poner en perspectiva que la violencia que ha venido creciendo, año con año, y que con su sangre hace que las estadísticas se eleven escandalosamente; es decir, es un fenómeno que no es reciente, es producto de décadas de descuido, negligencia y corrupción. Características que han sido caldo de cultivo para que proliferen, se apapachen y se fomenten las conductas nocivas que están matando, literal, día a día, las esperanzas y los sueños de miles y miles de mexicanos.

Ahora, ¿cómo es que todos somos responsables de los monstruos que enfrentamos cotidianamente, y que han derivado en los escenarios de violencia que vemos ya casi de manera cotidiana en los medios de comunicación?

Hemos cultivado, con pequeñas y grandes acciones, violencias que germinan y evolucionan a violencias mayores. Ese llamado efecto mariposa. Esas pequeñas perturbaciones iniciales han generado una cadena gigante de efectos colaterales que ha costado vidas y que, por las mismas consecuencias de estas, se generan nuevas y más coléricas reacciones de violencia. En un cuento de nunca acabar, una historia sin aparente fin.

Desde no sólo permitir sino justificar la violencia contra las mujeres en las calles, en los que muchos consideran “inocentes piropos”, hasta el subir al máximo volumen la música que violenta el espacio de los vecinos y altera su día; desde el solapar la violencia intrafamiliar que deja huérfanos a niños que después quedan vulnerables a situaciones críticas, hasta el hacer apología de criminales y sus conductas que vemos en los medios de comunicación hasta convertirlos en modelos de vida que replican en la vida cotidiana una serie de acciones fuera de la ley.

Dicen que una piedra puede tener dos usos: construir o destruir. Según la perspectiva de quien la tenga en la mano. Y en el caso de la violencia que vivimos de forma cotidiana, esto refleja que hemos decidido apostar a lastimar al de enfrente y a nosotros mismos, por el interés propio y personal, que apostar a protegernos mutuamente, a la legalidad, y reducir con ello los riesgos de escenarios que provocan la violencia.

Dicho esto entonces, salir de la espiral de creciente violencia se antoja más complicado que el simple hecho de que las autoridades se coordinen, y que se destine más dinero a los cuerpos policiales; tiene implicaciones mucho más profundas, pero que parece que muchos no escuchan. Y tiene que ver con esa recuperación del tejido social, donde la empatía con el próximo, o prójimo, es decir el ponerse en el zapato del otro, en su lugar, sea el que rija las relaciones cotidianas.

La pacificación está en manos y en decisión de todos. No es un tema exclusivo de políticos y gobernantes. Si vamos a repartir culpas, asumamos las propias, y dejemos de alimentar a nuestros verdugos, a nuestros monstruos.




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