Por Héctor Tapia
Pidió respeto, pero no lo dio.
Octavio Ocampo Córdova, dirigente estatal del Partido de la Revolución Democrática (PRD), salió a encarar al dirigente del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Guillermo Valencia Reyes, y le exigió respeto al perredismo michoacano.
Valencia Reyes, dijo en conferencia de prensa Octavio Ocampo, ha sido grosero con el PRD, luego de que el dirigente priista lo desconociera como interlocutor válido del partido del sol azteca de cara a las negociaciones que tendrán que iniciar frente al proceso electoral que inicia ya en seis meses.
La relación entre ambos dirigentes estatales en los últimos meses ha venido en una escalada de agresiones y fricciones mediáticas que en otras circunstancias apuntarían a una ruptura anticipada frente al gran compromiso electoral que se avecina.
Difícil poner un momento específico donde comenzó esta escalada de descalificaciones donde ambos dirigentes han abonado.
Lo que es evidente es que ambos se han descalificado como interlocutores. Por eso el reclamo de Octavio Ocampo resulta incongruente, porque él mismo ha abonado a esto. Baste recordar cuando le pidió a Guillermo Valencia que mejor se fuera por unas caguamas.
A este contexto se le suma que el mismo Partido Acción Nacional (PAN) en Michoacán la semana pasada anunció la ruptura con el PRD.
Pero, ¿qué está pasando?
Lo cierto es que el PRD, con la evidente conducción política de Silvano Aureoles Conejo, quien de facto ha establecido no sólo la línea discursiva, sino también ha impuesto sus decisiones al partido, pasando por encima de la dirigencia estatal, dejando de lado las decisiones colectivas por su interés personal, se sigue comportando como si fuera el jefe del Ejecutivo del estado.
Esta postura ha permeado al PRD, donde han dejado de lado la visión específica o particular de que no sólo ya no gobiernan Michoacán, sino que están cada vez más disminuidos, apuntando a la misma extinción.
Con cierta altanería, el PRD de Silvano Aureoles sigue forzando las relaciones con los otros partidos, pugnando por imponerse a quienes a nivel nacional son sus aliados: el PRI y el PAN.
Esto viene friccionando la relación del PRI y PAN, que entre ellos no tienen problemas, con las cúpulas perredistas que no han terminado de entender lo que en términos numéricos está demostrado, son una fuerza que ya no tiene fuerza, o no cuando menos la que señalan convencidos todavía tienen.
A partir de todo esto se puede entender las posturas del PAN y del PRI, aunque no necesariamente esto lo justifique; con sus posiciones estos dos partidos buscan recordarle al PRD “la posición que ahora le toca jugar”, someterlo o arrinconarlo a lo que numéricamente creen que les corresponde, y en consecuencia bajarles la soberbia que todavía impera en ellos, soberbia por la cual no ven con claridad que efectivamente ya no tienen la sartén por el mango.
