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La guerra de las derechas | Por Antonio Aguilera

La derecha en México pasó del “peligro para México” del 2006, a protagonizar una atípica, extraña, sospechosa e inconfesable disputa para tratar de achacarse los mayores casos de corrupción que deberían de escandalizar al país por estos días.
Los candidatos del PRI y del PAN, José Antonio Meade y Ricardo Anaya, entraron en una reyerta de diatribas, señalamientos, acusaciones, denuncias y escupitajos discursivos, para evidenciar los graves casos de corrupción que inundan a sus círculos cercanos. Esto ante el silencio cómodo o dubitativo de Andrés Manuel López Obrador.
Este jaloneo resulta atípico en un proceso electoral presidencial, ya que en las dos últimas contiendas (2006 y 2012), hubo en cambo un juego de complicidades, acuerdos en lo oscuro y declinaciones entre los candidatos presidenciales del PRI y del PAN para tratar de cerrarle el paso a AMLO, y al final lo lograron.
Los señalamientos, graves en todo lo que cabe, de los desvíos millonarios de la Sedesol y la Sedatu, capitaneados por Rosario Robles y tolerados por José A. Meade, se ensombrecieron ante el señalamiento –también sumamente delicado- hecho por la PGR ante Ricardo Anaya,  de haber lavado dinero en la compra de un terreno que  luego vendió a precio de oro a través de un prestanombres, llamado Manuel Barreiro Castañeda.
En ambos casos, los señalamientos de actos de corrupción, lavado de dinero, desvío de recursos públicos y hasta peculado, son reales, y retratan de cuerpo entero a los candidatos presidenciales del PRI y del PAN. Estas acusaciones, hechas al calor del proceso electoral, cuentan con la ominosa presencia y acción de la PGR, que una vez más demuestra su talante faccioso, ya que opera en favor del partido que ostenta el poder, para intervenir en proceso electorales. Lo hizo en la época de Felipe Calderón y ahora lo hace en la feneciente era de Enrique Peña Nieto.
El PRI y el PAN protagonizan un pleito de cantina, de secundones, que busca a toda costa polarizar el proceso electoral en el segundo lugar, a fin de que la contienda final sea de dos, y no una terciada.
Las encuestas son el aliciente perfecto. El PRI busca desfondar a Anaya, para luego lanzarse contra AMLO. Queda demostrado que el aparato de estado se avocó a rescatar la campaña gris, soporífera y decadente de José A. Meade.
La polarización es la estrategia que los poderes fácticos han implementado desde 2006, a fin de inclinar la balanza para un lado, sin embargo, ahora el escenario es extraño, atípico y desconcertante: la guerra es entre las derechas, entre el amasiato de intereses que por décadas han tejido PRI y PAN, y que busca destronar a un contendiente, para jalar el famoso voto útil en favor de quien resulte ganador de esta disputa.
El objetivo es llegar al 30 de enero con dos competidores, y ya en campaña, volver a activar el aparato de estado –medios de comunicación oficiosos incluidos- para ir en pos de quien va adelante en las preferencias. ¿Les resultará como en 2006 y 2012?, los mexicanos tienen la última palabra.




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