OPINIÓN // Los tres mitos de Peña Nieto

Por: Jorge Luis Hernández Altamirano
Se termina el sexenio de un presidente que ha dejado de serlo desde la noche del primero de julio, en parte por la arrolladora presencia del vencedor y en parte por la comodidad que para el actual grupo en el poder significa la disminución de reflectores, quejas y exigencias de rendición de cuentas.
Enrique Peña Nieto protagonizó una carrera meteórica, pasando, en menos de diez años, de diputado local (2003) a presidente de la república (2012). Esta proeza fue posible por una fuerte campaña mediática que vendió a Peña, y al PRI, como una opción que aseguraba tres cosas: a) Experiencia probada gobernando a nivel estatal; b) ADN priista capaz de someter a los poderes fácticos; 3) Cohesión de la clase política en torno a un liderazgo fresco y joven.
Y aunque la campaña no fue precisamente un día de campo para Peña Nieto, mucho menos después de las pifias protagonizadas en la FIL y la Universidad Iberoamericana, lo cierto es que en una parte de la población esas tres ofertas se constituyeron en tres grandes mitos que, entre otras, cosas precipitaron el no soñado regreso tricolor, apenas doce años después de su partida:
MITO 1. El problema de seguridad se le “había salido de las manos a Calderón” quien, al golpear el avispero, había roto con las alianzas internas y externas de los grupos criminales. El PRI, que en el pasado había “mantenido a raya” a los grupos criminales, era entonces capaz de reorganizar un pacto, dividir al país entre capos y castigar a aquellos que no lo siguieran.
MITO 2. Las presidencias de Fox y Calderón se habían caracterizado por ser débiles frente a los gobernadores que, ante la descentralización y los poderes de chantaje de sus bancadas a la hora de conseguir presupuesto, se hacían más y más poderosos. El regreso del PRI al poder significaría que el Presidente recuperaría sus facultades para detener sus excesos y castigarles cuando sobrepasaran los límites.
MITO 3. Las instituciones de la transición -IFAI, IFE, TE y un largo etcétera- iban a detener los impulsos autoritarios de la vieja fauna priista. Es decir, los doce años de panismo habían cambiado las reglas de tal modo que los enriquecimientos ilícitos, el uso político de la procuración de justicia, el tráfico de influencias y el nepotismo –por mencionar sólo algunos- serían cosa del pasado. Los especímenes jurásicos estarían, ahora sí, en jaulas seguras y blindadas contra su naturaleza depredadora.
Todos esos mitos se han derrumbado en menos de seis años de un gobierno que protagonizó uno de los inicios más prometedores, al impulsar una serie de reformas que habían chocado con pared en los últimos doce años, en buena medida por los cálculos electorales de los partidos políticos. El capital político gastado en ese proceso de reformas, que evidentemente tocaron intereses poderosos, fue imposible de recuperar cuando la realidad dinamitó las convicciones del PRI como eficacia de gobierno y de éste como partido renovado.
Era imposible defender una transformación de ese tamaño, cuando los protagonistas se destacaron por reproducir los vicios más arraigados de la política mexicana. Las reformas encarnaron entonces la vigencia de una clase política que cambiaba al país con miras a obtener beneficios, un gobierno que trabajaba para aplausos foráneos, mientras la de por sí frágil situación de seguridad empeoraba en todas las zonas del país.
Todo gobierno se construye sobre supuestos y todos los de nuevo PRI se derrumbaron. Es momento de ver hasta dónde aplican los del lopezobradorismo: a) papel preponderante del Estado como agente promotor económico: b) capacidad y herramientas del Ejecutivo Federal para hacer cumplir su agenda; c) preferencia por mecanismos de participación ciudadana directa; d) énfasis en el papel de la honestidad y principios de los actores.
¿Cuáles serán mitos y cuáles realidades? Ya veremos