“En días recientes, han ocurrido diversos sucesos que, en conjunto, retratan el grado de deterioro que ha alcanzado nuestro sistema político, el nivel de degradación que caracteriza a nuestra discusión pública y, sobre todo, el extravío moral, programático e intelectual de nuestras élites intelectuales y políticas”.
“En buena medida, la afirmación de que Morena es el nuevo PRI se sostiene en que Andrés Manuel López Obrador está reinstaurando un presidencialismo fuerte y centralizado en México. Me parece que este juicio es inexacto”.
“Yo veo una juventud muy distinta el día de hoy: ni mejor ni peor; simplemente diferente. En primer lugar, observo a muchos jóvenes decepcionados de la política y, por lo mismo, poco participativos. Creo que, en buena parte de los jóvenes, impera un sentimiento de “todos los políticos son la misma porquería”, o bien de simple y llano desinterés en los temas políticos”.
“Quizá el legado más nefasto que el gobierno del presidente López Obrador dejará cuando concluya su sexenio será una tremenda regresión en materia de educación pública en todos los niveles”.
“Tenemos instituciones incapaces de hallar e identificar a las personas desaparecidas, una sociedad poco empática y anestesiada contra la tragedia y el dolor, una prensa concentrada en otros temas y un gobierno exclusivamente interesado en sacar raja política de la lucha de los familiares de las personas desaparecidas”.
Durante la primera mitad del sexenio, AMLO solía referirse a sus opositores como una “minoría rapaz”: una élite privilegiada —“los fifís”— sin los simpatizantes suficientes para disputarle el apoyo popular a su movimiento. Pasadas las elecciones de 2021, AMLO empezó a dibujar a sus adversarios con tintes más amenazantes, reconociéndoles mayor fuerza y arrastre social, pero continuó retratándolos como segmentos minoritarios de la población durante algunos meses.
Con un Ejército politizado y con la tendencia de militarización al alza, pronto podríamos observar a elementos castrenses que participen en contiendas electorales, o que no se contenten con ocupar sus dependencias tradicionales en el gabinete, o que busquen gubernaturas o diputaciones.
En México, obtener justicia es chingarse al Estado. Cinco años y una “transformación de la vida pública nacional” después, burlar la impunidad sigue siendo chingarse al Estado. Esa es nuestra realidad.
Con las recientes críticas a Carmen Aristegui, el presidente López Obrador volvió a mostrar uno de los rasgos más preocupantes de su personalidad, que a su vez se transforma en uno de las características definitorias de la forma en que ejerce el poder y de la manera en que gestiona a su gabinete y a su círculo cercano.
Alejandro Encinas debería renunciar si su compromiso con los derechos humanos fuera genuino. Sus acciones simbólicas sirven para legitimar al régimen y poco más que eso. En la práctica, México sigue sumido en una profunda crisis de derechos humanos, aunque ahora con una CNDH servil e inoperante, y con un presidente que sostiene con total convicción que ya no hay masacres, hay plena libertad de expresión y la violencia está menguando.