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Desde España / Diario del confinamiento / “Me he vuelto una piedra…”

Por Erydani Próspero / Valencia, España

Secuelas del coronavirus: amanecer con un correo de un marroquí que me habla en francés y dice que él no tiene mis 97€. Que Booking se los quedará. Que me joda.

Mi rutina, fuera de esa novedad, es la misma desde hace dos semanas. Despierto, desayuno, me ejercito, leo, cocino, veo Netflix, tomo clases, cocino, bailo, vuelvo a leer algo, cocino, veo Netflix, duermo.

Hoy abrí los ojos y me faltaron fuerzas para levantarme. Aunque dormí bien, siento pesadez. Desbloqueo el celular y leo todo lo que me perdí mientras dormía. Me levanto, camino a la cocina y comienzo mi ritual de amor propio: un desayuno completo, café con leche. Los 25 minutos más tranquilos del día. Mis roomies —somos una mexicana, una española, una francesa— se suman a pasar la mañana en la sala. Conversamos poco: el clima, qué comeremos, un chiste de humor negro que ya se ha vuelto común: ¿qué planes tienes para hoy?

Estoy en el epicentro mundial de la pandemia, pero aún no logro dimensionarlo del todo. Vivo la experiencia externa a través de las noticias. No me siento autorizada para decir algo, o más bien no puedo decir nada que los periódicos no hayan dicho ya. No tengo contacto con el mundo exterior, solo voy por comida al supermercado que está a dos cuadras de mi casa. Estoy en negación absoluta sobre lo que sucede.

Me he vuelto una piedra.

“Mi rutina, fuera de esa novedad, es la misma desde hace dos semanas.” / Fotografía: Erydani Próspero

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Soy Erydani Próspero, egresada de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Latina de América, sede Morelia. Estudio un máster en Marketing Digital y Big Data en Valencia, España. Llegué en un vuelo redondo octubre 2019 – julio 2020, creyendo que mi estadía sería un sueño: conocer mil lugares, disfrutar nuevas amistades, tomar clases presenciales, graduarme de mi maestría y regresar a casa sin complicaciones.

Algo se torció en el camino.

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Nos aburrimos. Buscamos entretenimiento en las pantallas. Sobre las 11:00 am vemos las noticias: “Los casos de COVID-19 siguen aumentando”, “Más de 800 muertes las últimas 24 horas en España”, “El presidente de México saluda a la mamá del Chapo”…

México… ¡Qué lejos está México!

Me niego a aceptarlo, pero siento ansiedad. La disfrazo de optimismo. Quiero creer: “mantengo la cordura”. Quiero creer: “no pasa nada”. Siento la ansiedad, pero la ignoro y elijo seguir adelante… me da miedo llegar a estancarme.

Otro mensaje de mi padre: “Buen día bonita. Otro día y una oportunidad más para vivir, ser y disfrutar la vida”.

El día continúa. Hay que comer, ejercitarse, tomar clases en línea, leer algo. La tarde transcurre como de costumbre. Y luego, a las 20:00 horas, algo llama mi atención. Camino a la terraza. Mis vecinos del edificio de enfrente están en sus propias terrazas. Aplauden, se observan entre ellos, se dedican sonrisas sutiles. Parecen decir: “hay esperanza”.  En uno de los balcones suena Gloria Gaynor. Do you think I’d crumble? Did you think I’d lay down and die? Oh no, not I, I will survive.

Empiezo a pensar que en cada una de esas terrazas, en cada una de esas ventanas, hay una historia. Una pareja de padres jóvenes con su pequeño saltando de emoción por la música y los aplausos. Una anciana sola mira a todos los vecinos como si fuesen su familia. Dos estudiantes extranjeros, llenos de humor y energía. Una señora golpea sartenes, sonríe y grita: “¡viva España! Abajo, enfermeras y doctoras saltan emocionadas de que la gente reconozca su labor, saludan a todos en las terrazas, bailan, gritan: “¡sí podemos!”

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Las alarmas en las noticias continúan. “El Gobierno ordena parar casi por completo el sistema productivo español, que seguirá solo en los sectores esenciales y en los que puedan mantener el teletrabajo, porque quiere ganar tiempo para evitar el colapso del sistema sanitario”. “La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ha explicado que lo que pretende el Ejecutivo es contribuir a que nuestro sistema productivo entre en una especie de hibernación durante estos días”. “Lo difícil vendrá después, porque nadie está en condiciones de calcular qué efecto tendrá este nuevo parón sobre las empresas”.

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Hasta hace unos 8 meses me parecía absurdo que la embajada española obligara a los extranjeros a pagar un seguro médico que cubriera una posible muerte para darte la visa. Ahora me hace total sentido.

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Son las 20:10 horas y regresamos al silencio total. Ya no suenan los brindis de las copas en los bares de abajo, ya no hay estudiantes saliendo a encontrarse con sus nuevas amistades. Ya no hay risas, ya no se siente ese aroma a tabaco y comida recién hecha de los restaurantes. Ya no hay coches ni bicicletas. Ya no hay vida afuera. Por un rato, a algunos se nos olvida:

estamos en cuarentena.




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